Sobre los últimos desvaríos sionistas



Al menos no faltarán razones para la guerra civil.


G-E Debord


El desastre no tiene un momento puntual.


Mark Fisher



Como señala Matt Colquhoun en su reciente entrada “Palestine and the Archive to Come”, no sabemos cómo entrar al tema reciente, ni siquiera si tenemos algo que decir al respecto. Hemos salido a las calles para manifestar nuestros rechazo al apartheid de Palestina por el estado sionista de Israel y es desde ahí donde sentimos que podemos escribir. Desde la cercanía de los familiares que huyeron en su día de allí y los que aún tienen familias en el territorio. Nos sentimos impotentes no solo ante nuestra capacidad de acción sino ante el bombardeo de vídeos, testimonios, entrevistas, manifestaciones y demás expresiones de una guerra en curso. Nos da la sensación de que hay fuerzas mayores de las cuales solamente, siguiendo a Colquhoun, solo podemos dejar registro, nuestro registro que difiere de aquel presentado por los medios de comunicación. Pero ¿qué dejamos grabado? ¿Los tintes de nuestras ansiedades no solo ante las injusticias que presenciamos sino la ceguera, la ignorancia y la justificación de las mismas? ¿Nuestro sentimiento de impotencia compartido por los que marchamos por las calles inundadas de cánticos y conversaciones entre el bullicio? Aquí dejamos el registro de aquello que podemos hacer y su límite, hasta aquel “we can do no more” de Paul Klee traído por Deleuze, y ahora, por nosotros. 


¿Queda alguien que no conozca la masacre que sufre el pueblo palestino? ¿Queda alguien que no sepa quiénes son los palestinos? Palestina es, hagan lo que hagan, la víctima a la que no podemos recriminarle su resistencia. Durante el siglo XX, a partir de 1947 cuando la ONU creó la base del Estado de Israel en Palestina, hemos presenciado la expulsión, encarcelación y marginación continua de un pueblo que no parece importarle a nadie. Quien sabe. Tal vez porque también podríamos estar cursando una guerra civil cada día en nuestro interior.


Cada vez que un corresponsal, supuestamente, con la intención de “informar” conecta con Gaza o Cisjordania lo hace para mostrarnos el espectáculo de la muerte. Para occidente la violencia sionista es parte de su dosis diaria de morbo en vena que entra en los hogares a través de Tik Tok o la televisión. El turismo propio de las sociedades del espectáculo. Afectos en remoto, tele-visión, una muleta más para el proyecto de ciudadanía minusválida que se coagula en aquella frase que reza “no tendrás nada y serás feliz”. La economía libidinal del mandato a la felicidad prosigue por las sendas del budismo fake mientras se hace submarinismo entre contenido infinito. Tenemos miles de ejemplos, a todas partes y en todos lados. El terror es el modo de gobierno, el gobierno. Podemos mirar hasta que tenemos que dejar de mirar, nos dejan grabar hasta que nos cortan la electricidad. Gaza en pocos días se quedará sin baterías, sin medios de comunicación, sin la posibilidad de mostrar lo que todos sabemos. 

La prensa tiene un posicionamiento: el capital. Resulta curioso como son pocos los medios que presentan a Israel como la vergüenza de occidente. Hasta 1986 España no tomó a Israel como Estado igual, el catolicismo español ha parecido por momentos más beligerante contra los sionistas que la izquierda liberalizada. Durante el desfile de las fuerzas armadas se ha rendido homenaje a las víctimas israelitas de hace unos días… ¿quién, sino nosotros, homanejeara a las victimas silenciadas por el fuego sionista? 


Muchos se preguntan cuántas cosas se pueden ceder por el bien del Estado, olvidando lo que la supuesta revolución puede darnos. Citando varias voces: quien olvida la revolución es un traidor. Claro que, viendo como Tamames terminó coqueteando con Vox, siempre nos podremos preguntar el sentido último de la apertura del PCE al bien de la nación. Nos viene, de vez en cuando, esa mítica frase de Groucho Marx: “estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”.


Sumar, la vanguardia de la izquierda española, a 10 de octubre, ya con la contraofensiva israelita en marcha decide seguir por su sendero marcado desde el progresismo y asume que sí: Hamas es un grupo terrorista. ¿A quién le importa qué sea Hamas? ¿Por qué hay que hablar de Hamas? Todas las palabras que se emitan sobre el “contexto” de la ofensiva palestina son palabras que no atentan contra la barbarie sionista. Hay un cerco mediático que reutiliza las mismas etiquetas de siempre provenientes de la cantera que conforma los estados-nación. El “racismo de Estado” del que hablaba Foucault no sólo confiere el marco, el framing, en el que se enaltece la figura nacional sino todas aquellas que aún persisten en la idea hegeliana del progreso de la razón hacia el espíritu absoluto. Hay toda una metafísica de la guerra que prosigue su curso y empaña no solo a niveles tectónicos sino a microrrelatos. 


No, no necesitamos trazar esos puentes perversos sobre si Hamas es yihadista o no. Israel no es solo el foco, tiene que ser el centro de todo lo que digamos ya que forma parte de la axiomática Imperial. Juan Manuel de Prada es de los pocos que se ha atrevido a decir en voz alta lo que Yolanda Diaz, sin que sepamos el motivo, no puede decir.


Gran Bretaña prohíbe las banderas palestinas y la UE debate sobre si continuar con la ayuda “humanitaria” a Palestina. Austria ha suspendido los pagos, Alemania se abre al análisis del destino de los fondos que envía. EE UU envía el portaaviones Abrams porque la superioridad militar israelita parece no ser suficiente para arrasar a las unidades de Hamas. Se empiezan a filtrar datos sobre la capacidad militar de los palestinos: 40.000 hombres, drones iraníes, ingenieros con altas capacidades para la fabricación de misiles… La narrativa es clara, se presenta al enemigo como suficientemente peligroso para el movimiento de reservistas junto con capas de la brutalidad de lo que se avecina. Lo que Agamben señaló como la fabricación del homo sacer, quél que queda excluído de toda representación moral y legal, permitiendo ser asesinado por cualquier sin considerarlo asesinato. La misma lógica persiste desde la antigua Roma. Todavía reina la segregación incuestionada frente a la fragilizada inclusión. Como diría Amador: prevalece el gobernar frente al habitar. 


“Hezbollah no entres” piden desde todos los rincones. ¿Entrar? ¿Puede estar fuera? Si cae Gaza, si termina de caer Gaza ¿qué será de Cisjordania? La vida palestina lleva más de 70 años siendo borrada, imposibilitada, rechazada y escondida de la realidad europea. Yosef Weitz, quien prometió una tierra para los sin tierra afirmó que no hay espacio para los dos: o palestinos o israelíes. Así, sobre esta base xenófoba y sus derivas constantes y expansionistas por el territorio, hemos estado presenciando, con filtraciones grabadas y difundidas de los ataques indiscriminados de las fuerzas militares israelíes a palestinos.

En sendos vídeos y posts vemos a israelíes queriendo acabar no sólo con Hamás sino con el enemigo, “uno por uno”, hasta tal punto que la represión se produce en remoto como vemos en cada carga policial ante las manifestaciones contra el proyecto sionista de Netanyahu. Ahora que tenemos mil ojos de cámara sobre la situación y dado el calor mediático que ha producido el ataque terrorista de Hamás podemos ver cómo se desarrolla la guerra más allá de la cobertura ofrecida por los medios hegemónicos donde el encubrimiento y protección que ofrecen se desvanece ante el diálogo indirecto que se mantiene en redes sociales. Podemos ver en cientos de declaraciones y manifestaciones recientes (con cargas policiales latentes o la tranquilidad de la entrevista como por ejemplo la de Gabor Maté) que no se trata de una cuestión teológica sino imperialista, no se trata del pueblo judío sino del proyecto sionista.


Todos son intereses. Arabia Saudí se ha acercado a Israel como también lo ha hecho Marruecos. Parece que de aquellas guerras del siglo XX donde la religión podía unir la región por la defensa de la causa Palestina, queda poco. Aún si cabe se mira a Siria, el Líbano o Irán como posibles aliados.


Escribía en el sexto número de Potlach, hace años ya, Mohamed Dahou:


Los estados árabes mueren. ¿Qué cabe esperar de unas políticas nacionales que se basan en la miseria de sus pueblos? No ha habido revolución en Egipto. Está muerta desde el principio; murió con los obreros textiles fusilados por “comunistas”. En Egipto se duerme a la masa mostrándole el canal de Suez. Los ingleses no se irán muy lejos de allí; acaso a Jordania o Libia. Arabia Saudí basa su vida social en el Corán y vende petróleo a los americanos. El Medio Oriente está en manos de los militares. Las fuerzas capitalistas dirigen los nacionalismos rivales y los apoyan. Hay que superar todo nacionalismo. África del Norte no debe liberarse sólo de la ocupación extranjera, sino también de sus dueños feudales. Hemos de reconocer nuestro país allí donde reine la libertad que nos convenga y solamente allí. Nuestros hermanos están por encima de cualquier cuestión de razas o fronteras. Ciertos enfrentamientos, como el conflicto con el estado de Israel, no pueden resolverse más que por la revolución en los dos campos. Hay que decir a los países árabes: nuestra causa es común. No hay Occidente frente a vosotros.


No parece difícil de entender pero, aun así, esta propuesta parece desaparecer del ideario occidental. La financiación de la extrema derecha fundamentalista y el racismo europeo no quieren saber nada de ningún tipo de integración. No se habla de lo que resta en el campo de lo imposible. Los sueños son siempre los mismos. Gobiernan espectros hechos carne. Con el rostro cambiado, pero cumpliendo con el mandato paterno. Hamlet alienado en sueños de grandeza. La horda primordial necesita de un constante baño de sangre para ahuyentar la voz de la culpa. El fortín de los estados y sus expansiones son la coagulación de un deseo por ser castigado y ocultar sus intenciones a los ojos de los demás. Del mismo modo que la OTAN tocaba los huevos en la frontera, Israel lo hace con sus constantes ninguneos a los palestinos, ocupación de territorios, crímenes sepultados bajo silencio burocrático y demás pelotudeces. 


Almeida pone la Cibeles de Azul como muestra de apoyo al pueblo israelí. Pero aquí en España hemos perdido, como buenos hijos del Quijote, la capacidad para sorprendernos, de ahí las gilipolleces que hacen a uno y otro lado del tablero político. No os extrañe que, cuando llevemos unos días de machaque constante por parte de los medios de comunicación y sus dispositivos de repetición, comience ese aluvión de banderitas y colores por las redes, como si de un partido de fútbol se tratase. ¡Viva la muerte! ¡Viva el espectáculo!

La incursión de Hamas entre muchos escenarios tuvo lugar en un festival de música cerca de Gaza. Los videos filtrados muestran como entre los asistentes empiezan a aparecer los miembros de Hamas. ¿Quiénes son los gazatíes para los israelíes? ¿Un festival en la frontera? Sí, no son nada para ellos. Nadie. Animales en palabras del gobierno israelita. Homo sacer, ya lo dijimos. ¿No estamos hartos de ver las mismas justificaciones? ¿No estamos hasta los ovarios de tener que aguantar la misma dinámica una y otra vez? 


La causa palestina no es negociable, no puede serlo. Un posicionamiento coherente, internacional y emancipatorio tiene que partir, necesariamente, de la reivindicación del orgullo palestino y, aunque parezca ridículo, de su derecho a existir. El reposicionamiento de una izquierda exige la negación de Israel como agente político legítimo para la búsqueda de una solución. ¿Solucionar qué? 


Podemos estudiar el origen del dinero que ha permitido el crecimiento de todos los movimientos islamistas del mundo árabe. Podríamos hacerlo y casi al 100% encontraríamos al final del dinero a los mandos occidentales cuyo interés siempre ha sido el mismo: mantener el orden mundial. La realidad capitalista es mucho más sencilla de lo que parece: A y B somos nosotros, nada más.


¿Qué ha ocurrido en Israel? La vergüenza. Como la que sentimos al ver a viejos con la misma cantinela de mierda. 


Israel ha mostrado lo que todos sabemos; el gran “Otro”, el “Estado”, puede romperse en un momento. Podemos recordar aquello que Lawrence decía de la guerra árabe donde estuvo luchando por la defensa del pueblo saudita: lo importante es ser tan ligero que tu cuerpo no se vea. Cabe la deformación de Hamas porque verdaderamente no se conoce su tamaño. Túneles, rabia y memoria son el campo de cultivo de un movimiento que lleva tiempo radicalizándose por supervivencia. Son conocidas las intifadas, el levantamiento popular ante el apartheid en curso. Cuando día tras día vienen gilipollas armados hasta los dientes para cortarte los suministros, echarte de tu casa y despreciarte por la calle, ¿qué hacemos? ¿Recuerdan que dijimos que había espectros que aún persistían en su redención? No se utilizan las voces de los difuntos a viva voz para defender causas contemporáneas. Eso, como el catalán de Aznar, se queda en la intimidad.


No puede haber oposición pacífica a los colonos sionistas. No puede haber reivindicación sosegada de la defensa de una casa. Si Israel continúa con su expansión en Cisjordania, humillando símbolos del pueblo palestino, no pueden exigir silencio. No lo pueden tener.


Mientras que jóvenes bailaban al son de la música electrónica —siempre demasiado alta como para sentir el entorno—, las unidades de Hamas —más de 1.500 soldados— derribaban los muros israelíes para entrar en varias ciudades cercanas a la frontera con Gaza. Mucha información. Siempre demasiada. Nadie va a ocultar el ataque palestino, pero sí van a inundarlo de adjetivos y sostener que todos los estados tienen derecho a la defensa.


“Al cinismo europeo le conviene recordar el terror” nos repetiría Debord de seguir con nosotros. Tan alejados de la tierra, tan entretenidos con los graves del house y con el autotune de las canciones que están por todos los lados, hemos olvidado el sonido real de las lágrimas. No, no son animales, son el retorno de lo reprimido. Ni siquiera producido ya que para los sionoistas no vale la pena. Solo represión.  


La extrema derecha europea simpatiza con el gobierno sionista de Israel y comparte hoja de ruta al perseguir bajo el neodarwinismo al mundo árabe independientemente de su condición religiosa. No nos engañemos, en ambos estados cohabitan musulmanes, cristianos y judíos. Se quiere hacer desaparecer a todo un pueblo con la misma intensidad y fervor que aquellos que muestran sus respetos en remoto aunque más o menos moderados en su odio visceral al otro. El ataque de Hamás es un ataque terrorista, no hay duda de ello. Pero la atmósfera que se respira en todo el territorio palestino es terrorífica, multiplicada exponencialmente a la que vemos aquí en España cuando la Audiencia de Sevilla no considera delito de odio escupir o insultrar a gente de color o se cancela la proyección de películas u obras de teatro que resuenan a feminismo o teoría queer.

Vergonzosamente todos sabemos qué va a ocurrir y solo sabemos hablar. 


Las palabras no terminan de tomar forma, nunca lo hacen. La urgencia por la defensa de los intereses palestinos requiere recordar la intuición de una izquierda del siglo XX que no olvidaba que todo poder reprime. Nuestro cinismo europeo esconde esa voz que siempre nos mostraba al culpable bajo una colección de deberes cada vez más larga. Para posicionarse no solo hay que informarse, sino saber hacerlo.


No perdáis el tiempo en formaros sobre el conflicto, en entender al pueblo israelita. Nos da igual el pueblo israelita. Nos dan igual sus colonos, nos dan igual sus soldados y nos dan igual sus muros. Ningún muro en ninguna parte. Recordemos que, aunque se oculte, Marruecos encapsula a los saharauis de la misma manera. Ningún muro es respetable, ninguna prisión al aire libre, tolerable.


Llevamos tiempo jugando en oriente medio al ajedrez con poblaciones disfrazadas de peones. Quizá todos recordemos lo que siempre ha pasado cuando EE UU y/o la OTAN han ido a pacificar una zona militarizada. Destrucción. Ni los pactos de Oslo podrían construir dos estados, ni en el espíritu occidental cabe esa imagen. Algo parecido nos viene a la cabeza al recordar los tratados de Minsk.


En España se ha acusado a parte del gobierno de ser simpatizantes con los terroristas de Hamas. La izquierda no ha acusado a los medios de simpatizar con los genocidas de Israel. El poder siempre es el poder. El poder odia desde lo más profundo de sus entrañas lo que no sea “democrático”. Recordemos la tensión habida por la reforma de Netanyahu y las previas incursiones de liberación/ocupación de Ariel Sharon. 


No es una exageración si alumbramos lo que ya sabemos y es que democracia y capitalismo no son compatibles. Pero la cosa empeora cuando ni una ni la otra se exploran con el fin de aumentar su poder transformador. Como decía Andre Culp recordando a Deleuze y Guattari en Deleuze Oscuro, el capitalismo [y la democracia] no son malos por exceso sino por restricción, por no ir más allá. Y no, no hablamos de liberalismos ni teatrillos perversos por el estilo sino en aumentar los flujos y caudales, de pisar el acelerador hasta trastocar la axiomática del capital y explorar deseos poscapitalistas y democracias radicales postfundacionales. 

En Guerra Mundial Z nos venden las bondades del gobierno israelita para el control de masas. Sin embargo, en esa misma película, nos muestran cómo una masa enferma e irracional hace caer la defensa militarizada. Palestinos y zombies son lo mismo en la gran máquina educadora por sutiles analogías del cine de ciencia ficción hollywoodense. ¡Ahí está! ¡Al enemigo! ¡Al enemigo!


La líder de la CE, Ursula von der Leyen, no tardó en twittear en apoyo a la víctimas del ataque terrorista de Hamas. Aun estamos esperando su apoyo a los habitantes de Gaza cuya esperanza parece taponada bajo los kilos de hormigón con los que el gobierno israelita ha obstruido los suministros de agua.


Alguien ironizó hoy sobre los emprendedores de Israel. Sin embargo, no parece tan irónico aquello que es nombrado como chiste. Al capital sólo le importa el capital, ¿y a nosotros?. Tel Aviv hace tiempo que es una ciudad importantísima para el capital riesgo y el desarrollo tecnológico. Ante sus ordenes nuestra memoria. La resistencia es el recuerdo. No olvidar quienes lloran, quienes estaban, quienes tenían su casa y su tierra. Ellos los misiles, nosotros la solidaridad. Ellos el fuego, nosotros la memoria. Golpear y esfumarse. Resistir y atacar. Continuar también en occidente con los hermanos que silencian. Si ellos les callan, gritaremos con sus voces. 


¿Queda algo en Palestina? Todo está allí. Todos estamos allí. 


Equipo editorial Metaxis, 16/10/23