Julia Lescano – Vida Escaparate. ¿Vivir para ser visto o ser visto para vivir?

por Juan Ignacio Iturraspe

Particularmente, la tarea como reseñador me resulta gratificante, aunque haya situaciones que la hagan compleja y ardua. En muchas ocasiones nos vemos frente a textos cuya promesa apunta a la satisfacción de cierta anemia de conocimientos que se despierta, seducida y evocada, a un amor expreso en el gesto de compra y consumo de tal resplandor agalmático. También, por otra parte, se nos ofrece la oportunidad de acceder a novedades editoriales en las que, llamando nuestra atención, nos piden involucrarnos en la promoción de un título recién horneado. En este caso particular, el libro de Julia Lescano, Vida Escaparate, ¿vivir para ser visto o ser visto para vivir?, despertó mi interés al dirigirme la pregunta del encabezado hacia los supuestos planos críticos de la sociología. Un análisis de las marginalidades del sujeto neoliberal, de la auto-explotación en la era del trabajo inmaterial, el impacto y las consecuencias medioambientales, los agravantes de los cuadros patológicos por la obturación mediatizada de los síntomas o incluso, más allá de una conceptualización descriptiva de los flujos del capitalismo cibernético, una vertiente propositiva en la que se sugieran líneas con un enfoque práctico.

No fue el caso.

Lo que estos días pude extraer de este libro fue la percepción fenoménica del encuentro directo con un sector dentro del campo de la literatura crítica, en el cual pueblan espectros rabiosos, ya sea por la impotencia ante una circunstancia insuperable u otro motivo, que sostienen el diálogo en circuitos cerrados por los que la crítica se convierte en una trampa para el mismo pensamiento.

Cierto es que la edición publicada por Almuzara es de una calidad excepcional, aunque particularmente no sea de mi agrado cierta tendencia anglosajona a que el diseño de las portadas no sea más sutil y parezca que quiera ser visto, lo cual me genera cierta vergüenza el sujetarlo entre mis manos en público, ya que parece que porte una pancarta. Lo curioso es que el mismo libro, irónicamente, no se presenta austero, sino que, al contrario, emula la figura de un móvil y una red social. No digo que la campaña de marketing prescinda de cierto sarcasmo, pero si el asunto es serio, como en muchas ocasiones intenta hacerlo parecer Julia, no le hace justicia.

Pasando al contenido del mismo, la analogía que me venía a la cabeza con cada capítulo que pasaba era la misma: hay muchos fantasmas en esta casa. La insistente aparición de naturalismos y dicotomías disimuladas (y no tanto), las eventuales referencias a “la estadística” o al “hombre” como ejemplo de humanidad en pleno siglo XXI, la crítica rabiosa y liminal, la constante y velada aparición de la responsabilidad moral individual, el total olvido o poca atención de otros vectores que influyen en el uso de la “vida escaparate”, el distanciamiento ético entre un pasado idealizado y un presente y futuros nefastos, la reiterada aparición del mismo tema en distintos capítulos, la demanda de una nueva ética que no aparece en ningún momento más que entre las líneas de indignación manifiesta, y así otros muchos topoi que en lugar de generar un nuevo planteamiento teórico-crítico, aumentar la capacidad porosa del juicio y la atención, estanca la mirada en un marco que pretende conservar la dignidad de lo humano entre las paredes de una casa de vidrio.

Cierto es que la autora no es filósofa sino arquitecta. Las referencias a Ludwig Mies van der Rohe, a las exposiciones universales y al conocimiento de los materiales y los procesos de construcción podrían haber sido una línea interesante a explorar en el análisis de las metrópolis, suburbios, estilos arquitectónicos y sus usos, pero se ven reducidos al mero apunte anecdótico que habilita a la autora a hablar del tema que le concierne.

La apelación a la filosofía en general como base para la formación de una nueva ética, al igual que otras sentencias generalistas, deja entrever que muchos de los argumentos esgrimidos a lo largo del texto no buscan incidir en aspectos que complejizarían el asunto, provocando, probablemente, un cambio del enfoque conceptual, el título, e incluso el respetuoso uso de la gramática.

La lectura del libro recuerda en muchas ocasiones a aquellos escritos de Byung-Chul Han (citado en más de una ocasión por la autora), en los que la crítica está destinada más a la divulgación del pensamiento académico, a un gesto de auto-referencialidad séptica dentro de los pasillos de la facultad pero, a veces, económicamente rentable fuera de estos lugares, y no tanto a ser un libro de choque, de impacto, una liberación de fuerzas situacionistas que hagan del libro un arma con tinta cargada que produzca llamamientos. Pormenorizadamente, nos hallamos en este texto un retrato constituido por una serie de opiniones que sin mucha dificultad podemos observar a plena vista con un leve esfuerzo reflexivo y sin tantas citaciones.

Aunque en ocasiones el título o el comienzo de los apartados sea sugerente, acabamos, o bien encontrándonos revisitando lo mencionado previamente desde otra perspectiva o, por otro lado, una aseveración de una moral superior, una distinción, un distanciamiento “necesario” sin proposición alguna sino el señalamiento a la mera participación de este “buen lado de la historia”. Esto me llevó a preguntarme, ¿quién está en ese lado? Y, más importante aún, ¿bajo qué condiciones materiales es posible pensar un lado de la historia semejante?

La Vida Escaparte, irónicamente, ejemplifica qué supone realizar una crítica desde el mismo escaparate. Es por ello que, mientras leía la composición de Júlia, intentaba centrarme en qué podía extraer de este tiempo solo y en silencio con el libro en mis manos. A veces lo interesante no está en lo que se lee, el objeto, sino en el mismo acto, en el modo en el que nos acercamos a ello. Por ello, pensando al mismo tiempo cómo escribir una reseña sobre este título, reconocí que entre no publicar nada, hacerlo deshonestamente o ser sincero, la opción más difícil era mostrar aquello que parece demandar la autora en el libro: recobrar la sensibilidad cabal tras el arrollamiento de las pantallas de la vida escaparate.

A pesar de que hay una diferencia entre la insensibilidad, propia de los cadáveres, y la indiferencia por carestía afectiva, más próximo a la frialdad humana, la sensibilidad huérfana que corre por estas páginas en busca de auxilio se ha armado de valor apresuradamente, estableciendo alianzas intelectuales que dificultan reconocer el verdadero potencial de la crítica a la que aspira la autora.

La sensibilidad restaurada, la escucha activa y la narrativa del síntoma, la importancia de lo hogareño, la habitabilidad y el establecimiento de lazos íntimos con los demás, el peso de la memoria en la era de la nube, la prudencia al enamorarse del poder proveniente de los discursos imaginarios y seductivos diseminados por doquier, etc., son algunas de las mechas que se prenden, pero no llegan a la dinamita, sino al siguiente pabilo. Lo que brilla por su ausencia son los casos concretos. Mientras hay una crítica generalizada del uso de las nuevas tecnologías, los casos concretos, más allá de las estadísticas o referencias a filósofos y sociólogos, no permiten que ésta baje a las calles.

El trabajo inmaterial, como mencionan Negri y Hardt entre otros, es una realidad que no ha dejado de comerse gran parte de lo que llamábamos trabajo material. Es por ello que mucha gente se ve evocada a la Vida Escaparate para sobrevivir bajo la axiomática capitalista. Del mismo modo, el inconveniente del uso de las nuevas tecnologías es algo tan antiguo que podemos ver remontándonos hasta Platón y Sócrates, que veían en la escritura un detrimento para las capacidades retentivas e intelectivas de los atenienses. La aparición de pantallas por doquier no necesariamente supone un retroceso para la humanidad, sino que, al igual que la invención de nuevos medios, supone un reto cuyo destino será o su supervivencia o el ostracismo.

Es más que valorable la valentía de la autora por presentarnos la crítica que ha cosechado, y confeccionado, con tanto mimo en las páginas que terminé de leer hace un rato. Pero fuera, en las calles, incluso en las de la Ciudad de la Furia como diría Cerati, hay otras formas de vida que no se aprecian en estas líneas, ciertos dolores psíquicos, remanentes esclavistas, pobrezas afectivas y monetarias, esperanzas resguardadas a oscuras y confesiones cerradas a cal y canto, organizaciones de todo tipo que parchean las deficiencias del Estado, hackers que socorren movimientos insurreccionales, suicidas online salvados y perdidos, jóvenes deprimidos y adultos destrozados, la (im)posibilidad de un exilio, un cambio progresista en el gobierno o la reorganización autonomista de sectores poblacionales, las enormes migraciones, el caso particular del xenofeminismo y el aceleracionismo de izquierdas, o incluso en el ámbito mismo de la arquitectura, que se ha pasado de la clásica planificación de edificios, casas o emplazamientos urbanos a escribir código en arquitecturas informáticas por falta de empleo o quiebra de estudios contribuyendo así al potencial cibernético de la economía de plataformas.

Dicho esto, siendo Exosui una revista dedicada al pensamiento crítico, además de estar en consonancia con la corriente pesimista de la que provenimos, nos resulta difícil concebirle a este texto, honestamente, una potencialidad crítica debido a las razones expuestas en estos párrafos.

Sin más, le agradezco a la autora por ser tan agradable y cercana conmigo y por hacerme llegar la copia física de su manuscrito que he estado leyendo con detenimiento y cuidado, aunque el resultado no haya cuajado.