Post-Escaramuza
¿Qué decir sobre estos días? ¿Cómo ubicar un escrito entre todos estos decires que ya significan lo que sentimos? ¿Cómo quitarle un poco de sentido a ese enjambre de ladridos que son las redes sociales? El pensamiento colmena exige una oleada de autocrítica, de contrastación de datos. Como dice Alex Mesa, “nadie puede querer mentir en política. O para ser más precisos: nunca puede parecer que estás mintiendo”. ¿Cómo saber que nos están mintiendo en nuestra cara? ¿Con la paciencia de aquel que desanuda una maquinaria de anudamientos? ¿No son acaso esos “anudares” el tejido mismo de la realidad política sobre el cual organizamos diferentes archipiélagos del imaginario colectivo?
Muchos coincidimos en que el voto sin significado poco puede aportar.
¿Más datos? ¿Más mentiras? ¿Más teorías conspirativas? ¿Un espíritu combativo por la verificación constante? ¿Más ilusiones? ¿Más representaciones, sentidos, significados? ¿Para cuándo el menos?
La verdad es el campo de la ciencia, no de la política se ha dicho multitud de veces. Parece una lengua lejana en ciertos ambientes de izquierda progresista que garantes de los datos y la razón han obviado las historias. Que el dato no es importante lo lleva sabiendo mucho tiempo una derecha global que solo habla con frases cortas. Si quieres competir contra la democracia liberal en la democracia liberal, lo cual parece ser a ratos absurdo, tienes que manejar sus términos.
Siendo sincer@s, en estos días que corren, cuanta más cosas nuevas y extrañas emerjan más nos estaremos acercando a esa figura extraña que es la democracia. Ante la fuerza del pliegue edénico, de la conservación propia de la singularidad (trauma) y su consecuente moral del esclavo, encontrarse con esta idea tan radical nos permite tomarnos a nosotros mismos como extraterrestres, somos un exabrupto de conciencia de los manantiales bacteriales de este gigante organismo de organismos llamado Tierra.
Yolanda Diaz ha ganado credibilidad en cuanto se ha remangado la chaqueta y ha alzado la voz ¿no era más humana increpando al fascismos cuqui que parece decir lo que quiere que diciendo piquiños a diestro y siniestro tras una pátina de extremo centro que ni ella se creía? Volver a lo humano es un buen punto.
La realidad es que los votantes, tanto de derechas como de izquierdas, tanto de arriba como de abajo, tanto directivos como trabajadores, no pueden vivir para otra cosa que para el trabajo. El vivan las caenas siempre ha estado presente. Trabajamos con mayor o menor adicción que el directivo de la empresa. No se odia, por ello, al inmigrante que llega, se odia a quien es capaz de vivir con poco porque demuestra que todo nuestro modelo se levanta sobre una gran mentira que todos compartimos.
A riesgo de caer en nihilismos posmodernos, desérticos escenarios deconstruidos, hay algo que nos llama la atención y rasga las vestiduras de la alienación del sujeto moderno: el aumento del flujo de la información y sus accesos, el poliamor, el transfeminismo, la emergencia climática y la urgencia de atención psicológica. La complejidad de los tiempos resuena a aquel “As good as dead” de Local H, obligándonos a tomar una solución rápida y reactiva ante estos avances. A aferrarnos a cualquier cosa antes de vernos engullidos por la angustia de, justamente, no saber.
El tiempo es dinero, resuena constantemente en todas nuestras cabezas y, sin haberlo entendido del todo, solo pensamos en mejorar un CV que nos presenta. “¿Qué eres?” ha sustituido a un “¿A qué te dedicas?” prevaleciendo un hacer-ser sobre un hacer-saber. La identidad, todo se juega en ese campo, descansa en nuestras manos.
Con la misma fuerza que preguntaba Abascal en el debate sobre la identidad de la mujer se le podía haber contestado “¿qué importa?”. A cada uno su identidad. Ningún dispositivo de control DNI o vestimenta puede encerrar un cuerpo cual barco. No puede ser un refugio sino una cárcel en abierto a un océano que aprieta.
¿Dónde queda la democracia sino balaceada por las herramientas del poder como son los medios de comunicación, la producción cultural, el tira y afloja con medidas socialistas entre derecha e izquierda? La democracia resta cual espectro ilusionante entre esta maquinaria biopolítica global que algunos han decidido llamar conspiración cuando no tiranía de las élites capitalistas. De hecho, todo el aparataje democrático tiene dos funciones:
-Sostener la pulsión tanática del propio capitalismo como límite fantasmático de una acumulación sin límites.
-Regulador de las crisis sociales y las insurrecciones civiles.
Desde diferentes lugares una misma tesis: “nada se queda en el voto”.
Pero aquí estamos, frente a un sistema democrático liberal en el que, a diferencia de otros países, no es obligatorio ir a votar. ¿Cómo estarían las encuestas de intención al voto si se incluyeran a los inmigrantes que llevan aquí décadas? ¿O cómo estarían si todos y todas estuviéramos obligadas a ir a votar?
La ilusión no va a poder frenar nada que no se ha movido antes por el odio. Lo sentimos, si la verdad es de la ciencia, el bien es de la moral. La economía ha invadido cualquier hábitat de nuestra vida y se traduce también en una distribución y lógica del medio. El medioambiente, no tiene y no va a ser nunca en el capitalismo, un buen ambiente. Todo medio está más contaminado del capital que del carbono.
La moral del esclavo no ceja en su empeño resentido por sodomizar al contrincante, el lugar del poderoso o aquel que lo ansía. Eso sí, latigazos en el ámbito de la fantasía, para lo cual, a lo largo de esta campaña electoral hemos podido comprobar con el placer que producía ver cómo los representantes de cada partido eran alabados por sus intervenciones o provocaban oleadas de reacciones meméticas por las redes. El problema está en que dicho teatrillo donde se pretenden aglutinar una infinidad de multiplicidades puede reventar todas aquellas que no estén recogidas. Puede que en los últimos días la mentira se haya mostrado y se haya conseguido disipar dejando al aire que poder y delincuencia van de la mano. No existe un poder bueno, porque ese es el significado de poder: “hacer las cosas”.
No nos engañemos, la Puerta del Sol actual solo puede estar en una ciudad sin capacidad alguna para la quietud y para el tacto. Andamos tan deprisa para no reconocer que todo esto es un infierno. Liberales y fascistas duermen en la misma cama, como siempre han hecho. Vox no es fascismo, puede ser, pero es el descaro de una derecha que nunca se fue, “transicionó”.
Incluso los nazis en un principio tenían ideas xenóticas que luego se tornaron gilipolleces antisemitas, xenófobas, homófobas y una ristra infinita de fobias. ¿Para que wolk se gobierna?
Ante una paz idílica que nunca fue idílica y que cada vez menos lo parece en Europa, los acentos identificativos de cada uno de nosotros nos impiden ver una comunidad que parece continuar vagando por un desierto. Tal vez, tantos años castigados sin entorno, solo fueron para obligar a reconocernos entre todos. Se puede estrangular a un mantero en la calle sin que nadie intervenga, pegar a un trabajador o seguir haciendo footing mientras acuchillan niños en un parque. No hay mayor tragedia en que los agresores sigan existiendo entre nosotros, como en que la comunidad parece haber desaparecido. Un salón de té, un bar, siempre ha sido una reunión improvisada o no, para que la voz corra entre quienes sobreviven. Sobrevivir es algo así como tener algo que decir.
Cuando se escuchan los decires cotidianos estos ya portan las marcas, las huellas de sus productores. Pero aun así, los sellos de producción usualmente pasan desapercibidos por la razón instrumental (¿a qué fin sirve esto?) o la fascinación producida por los quiebres o sincronías del pensamiento, alimento para ese lugar del todo-saber. ¿Realmente se escucha cuando vemos una sarta de mentiras siendo lanzadas en prime time o simplemente nos dedicamos a gozar del lugar que compartimos con los conspiranoicos, el lugar de saberse no engañado y conocedor de una verdad oculta?
El silencio se encuentra donde no hay nadie. En un ascensor sin palabras, realmente, no hay nadie.