Rosa Mayreder - El Club de los Superhombres[1] por José Carlos Ibarra Cuchillo

Hay una carta de Nietzsche dirigida a su más estimado confidente Heinrich Köselitz en la que transmite, no sin cierto cinismo, su preocupación por un tal Otto Busse. Dice exactamente así:

    ¡Y volvamos ahora brevemente a nuestras cuitas! El señor Otto Busse está dando grandes preocupaciones a sus parientes y amigos (— lleno de megalomanía (¡con respecto a sí mismo y a mí!)) ¡y ellos ahora se dirigen a mí! — ¡pensando que yo le he metido algo en la cabeza! ¡Y eso tendría que volver a sacárselo yo! Cree ser el reformador de los alemanes, y yo sería «la autoridad de las autoridades» — en suma: ¡Mahoma y Alá! ¡Afirma que sus «obras científicas» están en mis manos! ¡Obras para las que los alemanes aún no estarían maduros!, etc. ¡Le confío todo esto en el más absoluto secreto![2]

Como se ve, ya en el temprano siglo XIX hubo a quienes se les indigestó la filosofía nietzscheana. Sin sondear su profundidad, sin saber bucear, se lanzaron hacia ella de cabeza. Muchos, como este Otto Busse, se ahogaron. A sus torpezas intelectuales les debemos los galimatías filosóficos más altisonantes, las soflamas más incendiarias, y las aseveraciones políticas más mesiánicas de su tiempo. El anuncio de la muerte de Dios, nos parece ahora, constituyó el perfecto cobijo para las ideas más disparatadas. De dar una buena muestra de ello se encargó la autora del libro que traemos entre manos: Rosa Mayreder.

El Club de los Superhombres es una novela sobre la capacidad que tiene el ser humano de creerse distinguido a la mínima. Sabemos que durante el siglo XX la filosofía de Nietzsche sufrió una infinidad de lecturas, muchas veces contrapuestas, y que se le hizo decir una cosa y la contraria; que hubo -y hay- un Nietzsche de izquierdas, uno de derechas, uno para los anarquistas y otro para los aristócratas del espíritu. Pero se ha dicho bastante poco acerca de los Nietzsche que surgieron al poco de comenzar a extenderse sus obras. Y aunque El Club de los Superhombres es una novela de ficción, sabemos que halló su inspiración en los actos públicos que tuvieron lugar en el Lesenverein der deutschen Studenten, una asociación estudiantil de divulgación filosófica y uno de los primeros lugares en los que el nietzscheanismo caló en su forma más fanática e irreflexiva. 

En resumen, la trama cuenta la historia de unos jóvenes estudiantes que se reúnen para conformar un club filosófico bajo el estandarte de la filosofía nietzscheana. Pero lo más interesante, y allí donde un lector poco atento podría percibir descuido, es en la construcción que hace Mayreder de los caracteres genéricos que procuraron las malas lecturas de obras como La genealogía de la moral y Más allá del bien y del mal. Los personajes de Siegmund Weltmann, Ferdinand Renitz y Christian Ritter no dejan de ser las marionetas de que se sirve la autora austriaca para narrar, de la forma más general posible, la idolatría por la figura del Übermensch que practicaron muchas de las sociedades de estudiantes alemanes y austriacos de fin de siglo. 

Mayreder, sirviéndose, como decimos, de una estructura novelada, no obstante, nos muestra muy claramente, y de forma casi analítica, cuáles son los pasos por los que una asociación de este tipo transitaba desde su creación hasta su ocaso, lo que constituye un documento muy atractivo para quienes deseen estudiar el fenómeno del protonietzscheanismo. 

El club comienza con un significativo problema: cómo llamarse. Weltmann propone que se llame “Asociación Friedrich Nietzsche”, pero a nadie parece gustarle. Es un nombre demasiado ordinario. Le falta distinción. No evidencia que lo constituyen integrantes del más rancio abolengo; cabezas pensantes, espíritus libres. “Espíritus libres”, pues, propone otro de sus miembros fundadores, pero tampoco parece convencer. ¿El motivo? Una cuestión de voluntad de poder. A Weltmann, el primero en proponer un nombre, pese a que le ha gustado, sin embargo no puede transigir en su elección, ya que denotaría debilidad. ¡Puro nietzscheanismo llevado a la práctica! De modo que, rehusando el nombre de “Espíritus libres”, y con el asentimiento de la multitud, lanza su propuesta: “El Club de los Superhombres”. Y no sólo gusta, sino que se vuelve motivo de vítores. Así se queda. 

Tras esta difícil elección, ahora tienen que determinar cuál sea su tablilla divina, su manifiesto. Pues todo espíritu elevado siente la necesidad de dejar constancia escrita de las prodigiosos resultados de su pensamiento; de esta manera pueden ser transmitidos a un pueblo ignorante que no conoce más que el trato entre sus profanos iguales. Para ello, aunque todavía no tienen claro qué decirle al mundo, deciden fundar un periódico al que llaman, cómo no, “Hojas libres”, que ya adelantamos, por cierto, nunca acabará de salir. Cualquiera, por entonces, tenía, como mínimo, su periódico. ¿Cómo van a ser menos? Con qué llenar sus páginas es un problema menor, puesto que entre todos suman al menos un dios y parte, quizá, de otro. 

A partir de aquí, teniendo nombre y órgano de difusión, es lógico -y deseable- que llamen la atención de las autoridades. Son molestados constantemente por agentes de policía que confunden sus motivaciones humanistas con las de los toscos anarquistas. Al principio se lo toman a risa. Les otorga protagonismo, algo de lo que hablar. Sentirse peligrosos es divertido y un comienzo, porque en última instancia la renovación de la humanidad no puede sino pasar por una transfiguración de la débil moral cristiana. 

Ferdinand Renitz es, por así decirlo, el guía espiritual de Christian Ritter. Son iguales, pero Ferdinand está mucho más versado en filosofía que su amigo. Aquí acontece el momento necesario de lo monástico. Alguien tiene que erigirse en líder; el que más sepa, el más inspirado, el más profundo. Y el que se haya propuesto mucho antes que los demás construir un sistema filosófico que sirva de vehículo a la realización de sus anhelos proféticos. Ni que decir tiene que Renitz ya está proceso de redacción de dicho sistema. A Ritter, por su parte, tampoco es que le moleste ser el segundón, toda vez que intuye que su momento llegará más tarde o más temprano. La redención es cosa de todos, del club, de los superhombres. Y todos ellos son superhombres. También Ritter, pese a no haber entendido nada de lo que su maestro dijo sobre Kant una noche que paseaban. Kant puede esperar. El superhombre se da a sí mismo sus leyes, su filosofía. 

Pero la discordia no tarda en llegar. En una sociedad, minúscula, pero sociedad al fin y al cabo, donde por necesidad histórica se reúnen las mentes más brillantes del momento, ¿cómo no iba a surgir el desacuerdo? Cada superhombre es una mónada -término que sí conoce Ritter- con sus propios principios, derechos y obligaciones. Y es perfectamente normal que en algún momento entren en contradicción los unos con los otros. Esto es, de alguna manera todavía ensombrecida, también una puesta en práctica de la voluntad de poder. Renitz llega a despreciar a Weltmann. Weltmann a Renitz. Y Ritter, en un instante de lucidez, a ambos. Ahora se sucede una letanía de abrazos y separaciones, de idas y venidas, de rupturas y reconciliaciones.

A continuación, y más pronto de lo que parecía posible, el último momento de toda asociación filosófica nietzscheana: el ocaso. Cada espíritu se ha hecho tan fuerte en su propio territorio que ve a los demás espíritus como una amenaza. Finalmente, Renitz rompe con Weltmann: es un filisteo con afán de protagonismo. Y Weltmann, a su vez, con Renitz: es un charlatán sin profundidad. Ritter, como entre dos aguas, duda de si seguir hacia delante, temeroso de que las aguas se cierren sobre él y lo ahoguen antes de tiempo. 

Además, la policía ha registrado las dependencias de su club y los acusan de pertenecer a una banda criminal anarquista. La disolución es inminente. Pero el credo no se ha cumplido. La renovación de la humanidad sigue pendiente. Entonces, como diría Lenin: ¿Qué hacer? Los más ilustres miembros saben algo que los demás no, a saber: que el club es un medio y no un fin. Y que les aguarda algo mucho más grande. 

Weltmann declara que los fondos destinados para “Hojas libres” no proceden, como se le acusa, de atizar los bolsillos de un tío suyo, y se desmarca del comité del club. Renitz niega tajantemente tomarse en serio lo que está escrito en la pequeña libreta de los estatutos de la asociación; le dice al policía que es una broma estudiantil que algunos tontos, como Ritter, se han tomado demasiado en serio. Ritter, vacío, algo tonto también, escucha con estupefacción de labios del policía que su maestro y amigo Ferdinanr Renitz, de quien ha aprendido tanto, le acusa de eso, de tonto. Y el club se disuelve. 

Meses más tarde, se cruzan por la calle Renitz y Ritter, y éste le echa en cara a aquél que le humillase delante de un policía, a lo que aquél, recuperando el grave semblante que tanto impresionó a su amigo, recusa lo siguiente: que lo había hecho para liberar al Club de los Superhombres de cualquier sospecha y así asegurar su supervivencia. El club, pues, seguía existiendo. Y lo que es mejor, Ritter, al escuchar estas palabras, siente que ha recuperado la antigua confianza que gracias a las enseñanzas de su maestro depositaba en su destino. 

Luego, Ritter llega a su casa y se da cuenta de que ha sido embaucado de nuevo, abriéndose un vacío en su pecho que, ahora ya sí, nunca más se separará de él. 

El Club de los Superhombres es esa clase de libro del que uno se siente orgulloso haber leído sabiendo que es probablemente el único de su entorno que lo haya hecho. Es, como dice Joseph Joubert de los libros pequeños, una joya diminuta pero mucho más valiosa que todo ese oropel que tristemente hoy ocupa las estanterías. Más, incluso, que esos mazacotes llenos de conjeturas e hipótesis que se hacen pasar por serios ensayos sobre la filosofía de Nietzsche.



[1] Mayreder, Rosa (2020) El Club de los Superhombres. Ed. Ápeiron.

[2] Nietzsche, Friedrich. Correspondencia IV. Editorial Trotta, p. 117.