Grupo Krisis – Manifiesto contra el trabajo por Juan Ignacio Iturraspe

Este escueto manifiesto lo hallé un día buscando una librería decente por Bilbao. La que encontré fue una llamada ANTI, en la cual revisando la colección que allí había éste llamó mi atención. Recuerdo que ya tiempo atrás, mientras hacía la tesis doctoral sobre Tiqqun, en una de las muchas conversaciones que tuve con mi directora, Amanda Núñez García, me mencionó a esta agrupación, pero no me daba la tinta para tanto. Además, me dediqué a leer sobre las TAZ (Zonas Temporalmente Autónomas) a través de Hakim Bey y hallé cierta continuidad con los escritos del grupo anarquista.

Siendo esta una segunda edición, traducida por Marta María Fernández y publicado por la editorial de Barcelona, Virus, la agrupación Krisis, como señala una de las solapas del libro, existe desde 1986. Proviniendo de Alemania, sus principales obras son una revista homónima[1] y este manifiesto que comentaremos a continuación.

El estilo que he podido apreciar en el texto se asemeja bastante al explicitado por el grupo anarquista Tiqqun y el Comité Invisible. Se intenta introducir en el discurso público tomándolo como fuente arqueológica desde la cual realizar sus análisis. La cotidianeidad es el punto de partida y final mismo de su crítica.

En este manifiesto, original en alemán, podemos hallar una crítica, como bien indica el título, al mundo del trabajo, precisamente al que se deriva del sujeto liberal y su consecuente acelerado neoliberal. Comienza el mismo libro, tras una cita de Fichte, señalando que “un cadáver domina la sociedad, el cadáver del trabajo” (Krisis, 2018: 9). Tal vez sea a consecuencia de ese cadáver, entre otros, el que hace más pesada la existencia de los casos de ansiedad y depresión que se inhalan por Europa, como un muerto viviente, una nube gris proveniente de las fábricas autónomas en las que nos hemos convertido: pymes autoexplotadoras. Vayamos al texto. Comentaré a continuación algunos de los apuntes que fue realizando en los márgenes.

La tónica general que encontramos en este manifiesto es la consideración de que el trabajo es algo que, con el paso del tiempo, se ha ido haciendo algo totalmente innecesario en sociedad. La constante de demanda y oferta no hace más que continuar una línea de producción de precariedad que aumenta la división de clases que por más que se tape con el invento de la clase media se mantiene la misma tónica: “quien no puede vender su mano de obra es considerado «excedente» y relegado al vertedero social” (Krisis, 2018: 10).

El Trabajador, figura que construí en la tesis doctoral antes mencionada, tiene en estas líneas su expresión más clara: el trabajo, el ídolo, se ha colado por las porosas capas de la cotidianeidad y la psique (Ibid.). Da igual que trabajo tener siempre y cuando se tenga, incluso uno de esos de los que hablaba David Graeber[2]. Quedan excluidos aquellos que no vanaglorien esta figura como parias, desechos, vagos, holgazanes, no-contribuyentes, suicidas, etc., y aquellos que no hayan conseguido la “bendición del ídolo trabajo tendrá la culpa y podrá ser proscrito y expulsado sin problemas de conciencia” (Krisis, 2018: 12). Así, relegados a “población en paro” no hay posibilidad de ser otra cosa que un desempleado, mientras el mundo sigue siendo saqueado con graves consecuencias para el propio planeta “en nombre de la autofinalista máquina capitalista” (Krisis, 2018: 16). Incluso si una tirada sale mal, si no resulta ser rentable, todo lo producido se lanza o se conserva “aunque eso suponga hambre para poblaciones enteras” (Ibid.).

Hay una tendencia a la pérdida de ciudadanía cuando uno no accede a este espectro laboral. La escasez de puestos laborales o la precariedad de los mismos otorga a esa figura del civilizado cierta dignidad. “El trabajo dignifica” o como ponía en la entrada de los campos de concentración del régimen nazi “Arbeit macht frei” sigue siendo la piedra angular que sostiene la ficción del ciudadano. Lo curioso es que este ciudadano con el expansionismo global del capitalismo se le agrega otro componente más, ahora es ciudadano turista ya que puede trabajar allí donde quiera y al mismo tiempo visitar la ciudad como dirá el directivo de una de esas empresas de raiders. Podrás disfrutar, pero has de pencar, no hay otra opción, a no ser que se haya alcanzado la independencia económica, que no significa haberse exiliado del sistema capitalista sino tener lo suficiente como para no preocuparse. El trabajo es una ley que rige la vida (Krisis, 2018: 22) y da lo mismo si es una mierda, con sueldos bajos y miseria (Krisis, 2018: 23), debe seguir siendo alimentado el ídolo del trabajo.

El aparato burocrático ejerce también su presión por otra parte. Violencia estructural contenida en deudas, impuestos, retenciones, etc., con el fin de que aquellos desviados del correcto camino del trabajo vuelvan a dicha senda aceptando, nuevamente, cualquier puesto (Ibid.). El homo faber, como comentan, ha quedado extinto (Krisis, 2018: 27), en su lugar tenemos al paranoico e histérico sujeto neoliberal.

La fuerza de trabajo, su mercantilización, funciona en el plano abstracto y ajeno de la vida. No hay, por decirlo de algún modo, una Oikos-nomía sino una homogeneización deudora de los estados modernos que prosigue con su carga, culpa que le confiere la forma imperialista del Estado-nación. El trabajo ajeno al contenido contemporáneo difiere de las sociedades agrarias en las que “existían todo tipo de formas de dominio y de relaciones de dependencia personal […] estaban imbricadas en complejos sistemas de reglas de prescripciones religiosas, de tradiciones sociales y culturales de obligaciones recíprocas” (Krisis, 2018: 33). La función del trabajo pasó a desmantelar las comunidades mitológicas por un logoi proveniente de la trituradora científica del modernismo ilustrado, evocado a la aceleración de procesos mediante la anorexia de la eficiencia, que acaba por eliminar todo rastro biológico para conservar el espíritu entregado del trabajador, donde su máxima expresión la hallamos en la Inteligencia Artificial y sistemas automatizados de cadenas de montaje y producción.

Krisis comprende en estas líneas cómo esta abstracción proviene, participa, en el mismo programa estructural del empresario, la competencia y la búsqueda incesante de un beneficio imposible (constante y sonante) (Krisis, 2018: 33). La vida está en otra parte. La abstracción lo acapara todo. No se puede hacer el amor, solo se puede follar, rápido, violento, como si fuese un veneno que uno se tiene que sacar tras el atropello de la jornada laboral del empleado (desempleado). La única forma de vida que reina es la del trabajo, pero pasa desapercibida por la infinidad de estilos de vida a los que uno puede adherirse, combinar, personalizar, etc.

Todo es susceptible de ser convertido en mercancía. Toda producción puede anclarse en dicha abstracción. “No importa mientras la mercancía se convierta en dinero y el dinero en nuevo trabajo. Que la mercancía exija un uso concreto y que este sea destructivo le es completamente indiferente a la racionalidad empresarial, ya que para esta un producto es solo el resultado de trabajo pasado, de «trabajo muerto»[3]” (Krisis, 2018: 34). El trabajo podría bien representarse como una pulsión acéfala, un muerto viviente, un movimiento centrífugo dentro del sueño del otro, una pesadilla como diría Deleuze.

Este fantoche del mandato laboral incapacita la posibilidad de imaginarse fuera de una cadena productiva de mercancía, una forma de vida alternativa (Krisis, 2018: 37). Se puede notar en estas líneas cierta definición de lo que Mark Fisher llamará Realismo Capitalista[4].

De hecho, esta imposibilidad no solo afecta a las clases bajas sino también a las altas. Como dirán diferenciando nobles medievales con CEO’s, estos últimos “fuera de la calandria, tampoco […] saben qué hacer con sus vidas, aparte de comportarse como niños; el ocio, el amor al conocimiento y el placer de los sentidos les son a ellos tan ajenos como a su material humano” (Krisis, 2018: 38). Y sigue más adelante señalando que estos “también son solo siervos del ídolo trabajo, meras élites funcionales del fin absoluto irracional de la sociedad” (Ibid.). Ni Warren Buffet, ni Elon Musk. Ni un enquistado parásito en la cúspide de una axiomática empresarial, ni un workaholic. Se sigue aquello que ya Freud llamó como “grandes hombres”, figuras de la gran historia de la humanidad, una iconoclastia de “hombres de acción”, atrapados en el mismo sueño super-yoico, incapacitada toda tópica yoica, son víctimas de sí mismos[5]. Una ensoñación narcisista cuyos derroteros son los que bien explicita el Grupo Krisis: “ellos son los que menos pueden permitirse por el fin y las consecuencias de su hacer infatigable; no pueden permitirse sentimientos ni consideraciones. Por eso le llaman realismo al hecho de desertizar el mundo, afear las ciudades y hacer que la gente se empobrezca en medio de la riqueza” (Krisis, 2018: 38-39).  

Cierto carácter esquizofrénico vemos también cuando en las esferas laborales se integró a la mujer en los mecanismos de producción en las que no sólo conservan esa “separación” (Krisis, 2018: 43) sino que su lugar en dicho mercado de la fuerza de trabajo se sostiene sobre una línea discursiva que, a entender de la agrupación, es masculina, refiriéndose a la competitividad, al culto a la personalidad y a la infinidad de dispositivos que difieren de cierta horizontalidad, cooperativismo, cuidado, etc., real. Una simulación puebla el mundo laboral, una abstracción de fuerza que excluye lo improductivo, lo que no genera beneficios, lo que no es eficiente, aquello que coarta la correcta evolución empresarial, etc. Los cuidados, la ética, la horizontalidad y cooperación, etc., no caben en la sociedad patriarcal del trabajo sino por la puerta de lo especular, de lo simulado. El “realismo” que triunfa es precisamente aquel que lleva el planeta a la obsolescencia mediante el atropello de los vínculos y su consecuente mediación (Krisis, 2018: 44).

El trabajo es a fin de cuentas el proceso por el cual aquello que han perdido su libertad la recuperan como los esclavos romanos que pagaban por recuperar partes de su cuerpo expropiado. ¿Qué han de recuperar los CEO’s de estas empresas? El vacío imposible del cuerpo, la falta infinita y acéfala de un cuerpo que siempre ha estado lleno. El trabajo evoca una concepción del yo como falta, como aquel que ha perdido un edén personal, una estabilidad uterina que puede recuperarse mediante el pago en cuotas o alquiler. Hablan del tripalium (Krisis, 2018: 46) pero considero que esa concepción del trabajo como yugo empleado para la tortura es victimista y obturador de la crítica. Aunque no le quita su parte histórica ya que fue mediante una violenta expulsión de la población de los campos hacia otros centros urbanos que no se destinó a todos aquellos que ilegalmente robaban de los campos o pedían limosna a casas de trabajo y manufacturas (Krisis, 2018: 49). Estos fueron llamados por Kant en Geografía Física, entre otros, como papiones, animales bípedos caninos, monos, que roban por doquier sin querer adecuarse a la demanda del trabajo (Krisis, 2018: 51).

Una consideración interesante en estas páginas que, recuerdo, ya leí en otro lugar es que el propio movimiento obrero encauzó su crítica de la ideología burguesa no por ser portadora de la funcional sociedad del trabajo, como los artífices de este modo de existencia sino por su condición parasitaria, por precisamente no trabajar como ellos (Krisis, 2018: 58). “Todos a trabajar, cojones, nada de vagos”. Así, la lucha de clases no se piensa como una posible reconfiguración sino como una aceptación de los modos de producción y una generalización obediente del culto al trabajo que desprecia a aquellos que difieren de este sistema de creencias (Krisis, 2018: 61).

Pero, ¿si todos trabajamos y mejoramos los modos de producción y llegamos hasta tal punto que la independencia del trabajo debido a los avances tecnológicos, qué hacemos con la medida, la única medida dirá Marx (Krisis, 2018: 63), temporal que da valor a la mercancía? ¿Qué es lo que cuenta, qué compone la plusvalía, el valor de cambio más que una medida abstracta de tiempo que cuenta cualquier variable desde la conceptualización, la fabricación, el valor en el mercado financiero, es decir, su valor futuro?

Hay un límite al que se llegó con la tercera revolución industrial (Krisis, 2018: 64). Como explican, tenemos en un lado de la balanza la robotización y mejora de medios de producción de mercancías y por otro una incansable y hambriente sed por ser cada vez más competente productivamente encontrándose así con que la fuerza humana deja de estar en las manos, en la fuerza corpórea, para estar en conceptualización matemático-científica de mejoría de métodos eficientes de explotación y producción tecnológicos (Ibid.), apuntando a una especie de singularidad técnica. Un paso más cerca de la deidad que representa el ídolo del trabajo. Desde esta perspectiva Elon Musk parecería una especie de fanático, al igual que aquellos que se especializan en SEO o mierdas por el estilo como el marketing online o campañas transversales por distintos medios de comunicación: la búsqueda de gente participe con su feedback o dinero para aumentar el capital de la empresa o particular sin fin, acéfalos. Como dirá el Grupo Krisis refiriéndose a este avance tecnológico, hay una tercera guerra mundial con esta tercera revolución tecnológica que deja entornos y personas cada vez más jodidos (Krisis, 2018: 66).

La racionalidad de la economía de empresa exige, por un lado, que masas cada vez más numerosas se queden «sin trabajo» de manera permanente y, de esta forma, se vean apartadas de la reproducción de su vida inmanente al sistema; mientras que, por otro, el número cada vez más reducido de «empleados» se ve sometido a unas exigencias de trabajo y de rendimiento tanto mayores (Krisis, 2018: 67).

O bien trabajos de mierda, mal remunerados y en pésimas condiciones laborales y sindicales.

Todo aquello guardado bajo llave como “reservas de financiación” (Krisis, 2018: 72) (conocimientos científicos, mejora de procesos de producción, avances tecnológicos, etc.) queda oculto, clasificado, al igual que aquello que no es considerado rentable o de dudosa efectividad en el mercado, pero sí para su uso comunal. Así, los procesos de producción industrial y agrario, al igual que otros sectores, se ven condenados a los niveles estándar de los niveles públicos de Investigación, Desarrollo e Innovación. Por un lado, no se progresa tecnológicamente y por otro se poseen mejoras extraterrestres. Uno se pregunta como lo hacía el ya fallecido Jaque Fresco a los 101 años de edad 2017, ¿por qué aún no vemos tecnópolis en una economía basada en recursos? A lo cual respondía con ciertos antropologismos que, sabiendo que nació en el 1917, uno entiende por dónde anduvo el señor y por dónde se ha complementado su discurso con célebres figuras como el psicólogo social Gabor Maté o el director de cine independiente Peter Joseph.

Ya el propio Marx indica, como recuerda el Grupo Krisis, que el valor de la mercancía no tendría que pertenecer al valor de cambio sino al valor de uso, para desprenderse de lo que nos es sumamente innecesario e incongruente con la realidad social. De ahí que la utopía de The Venus Project esté basada precisamente en el desprecio de ese valor de uso y se centre exclusivamente en el valor de cambio y la mejora de los sistemas de producción masiva para la distribución y fabricación de entornos que dejen atrás la distinción de clases y se generen otros ídolos que conformen la cosmología cotidiana.

Los excedentes de capital, aquello que ya no sirve para generar más trabajo, groseras cantidades, van a parar al mercado financiero, la gran casa de apuestas y especulaciones (Krisis, 2018: 76). Esta simulación de economía real se ha ido desvirtuando hasta tal punto que ya no la representa. Lo que lidia con su subida o bajada son meros pronósticos que, anclados al fantasma de los tiempos más que al espíritu, dictaminan el valor de tal o cual empresa (Krisis, 2018: 78). No se trata de malos inversores y buenos, se trata de una economía real que primero conquistó ideológicamente un modo de producción concreto y expansionista hasta el día de hoy y, en segundo lugar, no teniendo suficiente con este atropello acéfalo se creó el mercado financiero que representa la devoración última del propio ombligo del capitalismo (Krisis, 2018: 80).

Cada poro de la cotidianeidad tiene su mercancía adaptada, creada y producida en serie para taponar de actividades diversas aquello que consideramos como “tiempo libre” (Krisis, 2018: 84). Aún con todo se sigue trabajando, se siguen respondiendo órdenes de una máquina, de un videojuego, de una película que ya no responde a la idea de Félix Guattari como “diván para pobres[6]” sino como bien afirmó Martin Scorsese “Amusement Parks”. El concepto de trabajo según Krisis se ha filtrado por todos los aspectos de la vida de las metrópolis. Trabajo onírico, trabajo docente, trabajo emocional, trabajo social, trabajo empresarial, trabajo doméstico, etc. (Krisis, 2018: 85). De hecho, no ha copado muchos aspectos de la vida cotidiana porque aún se sigue considerando verdadero el trabajo del cual se puede extraer cierta retribución. Por ello el trabajo psíquico, la autoayuda, la labor emocional, etc., son consideradas inversiones a la larga que permitirán el acceso a un capital verdadero (retribuido) en cuanto se pase el mal bache y se pueda trabajar sin síntomas o con cierta sintomatología adaptable, gestionable.

Los “malos baches” son penados y considerados meros fondos perdidos de la economía real ya que no son compatibles con la lógica abstracta de producción y ahorro de tiempo, donde la eficiencia y el beneficio orquestan la vida[7]. Hay una potencia de lo inútil, de lo pobre, de lo débil, que queda marginado del discurrir cotidiano. Ya hablaba Amador Fernández-Savater invocando a un Deleuze de las literaturas menores con La fuerza de los débiles[8]. Hay una revalorización constante del trabajo, al mismo tiempo que se desvaloriza conscientemente el resto de esferas de la vida, lo cual incluye la muerte de, como diría Andrew Culp o Tiqqun, mundos, con su captación particular de la conciencia temporal, la generación diferenciada de atmósferas y el resquebrajamiento e imposición de planos inútiles e improductivos que contrarrestan la maquinaria capitalística y el sujeto (neo)liberal cada vez más atomizado en una individualidad protésica. “Quien acepta la lógica del trabajo también debe aceptar ahora la lógica del apartheid” (Krisis, 2018: 91), es decir, la producción marginal de pobreza y miseria.

El objeto de crítica principal tendría que estar dirigida a la abolición del trabajo como abstracción. Una efectiva forma de ataque contra el actual sistema sería tener en el punto de mira el desbrozamiento del destrozo que ha realizado la diseminación del trabajo y toda su metafísica materialista. Un movimiento de “contrainformación” (Krisis, 2018: 98). El trabajo y la propiedad privada forman dos de los puntos por los que sobrevive a día de hoy, como muerto viviente, una ideología utópica que se cristaliza con la función del Estado y los aparatos burocráticos como propietarios externos (Krisis, 2018: 100).

El fin absoluto del trabajo y el «empleo» ya no determina la vida, sino la organización del uso sensato de posibilidades comunes, que no es comandada por una «mano invisible» automática, sino por una actuación social consciente. La riqueza producida es aprehendida directamente según las necesidades, y no según la «capacidad de compra». Junto con el trabajo, desaparece la generalización abstracta del dinero, así como la del Estado. En lugar de las naciones separadas, surge una sociedad mundial que ya no necesita fronteras, en la que todas las personas pueden moverse libremente y apelar al derecho universal de acogida en cualquier sitio de su elección (Krisis, 2018: 101). 

No se trata de conquistar sitios de poder sino de “dejarlos fuera de servicio” (Krisis, 2018: 113). No se trata de hacer política sino de una antipolítica (Ibid.). Salir, como diría Amador, del Laberinto, del tablero de ajedrez, del discurso del consenso, de la contaminación de hacer de todo un trabajo y aplicar su teleología en cada uno de los ámbitos vitales. Habría que plantearse desde un plano de contrasociedad (Krisis, 2018: 113) capaz de contaminar con su práctica, dando ejemplo, de lo que supone esta otra organización.

Para finalizar, tenemos un epílogo escrito por Robert Kurz, filósofo y escritor, y fundador principal de la revista Krisis de la tenemos este manifiesto. En este último texto Kurz nos habla de una subjetividad que por el modo en el que la describe bien podría estar refiriéndose a la diseminada por el neoliberalismo. Nos habla de personas sobrecualificadas haciendo trabajos de mierda y cobrando una miseria, de la caída del discurso de los titulados, graduados, doctores, etc., por las universidades y el traslado de la atención hacia la formación profesional, una constante que responde a la necesidad del sistema por la creación de puestos y más puestos de trabajo (Krisis, 2018: 117).

Hay una cita de un libro titulado De la inutilidad de convertirse en adulto escrito por Georg Heinzen y Uwe Koch que bien perfila esta situación, que con coraje en muchos casos se han visto dirigidos jóvenes estudiantes ante tanta precariedad:

No soy padre, ni marido, ni miembro de un club automovilístico. No tengo cargos directivos ni autoridad, no dispongo de crédito en el banco. Me he formado en aquellos asuntos intelectuales que cada vez tienen menos aplicación. He sido excluido del ciclo de las ofertas (Krisis, 2018: 118).

Poco a poco este desplazamiento se va realizando. Los cuerpos van descomponiéndose y al mismo tiempo envasándose en profilácticos que impiden preñar la realidad. El sujeto que se demanda tiene que ser flexible, tiene que estar disponible en todo momento y estar dispuesto a tener un constante “subempleo plural” (Krisis, 2018: 119), es decir, convertir toda esfera de su vida en un trabajo, en una ininterrumpida corriente de feedback y tráfico monetario. La autoexplotación se afina y expande. El interés general y el particular permanecen divididos en el fondo, pero es el espectáculo, los grandes palabros, las comunidades abstractas de trabajo, la cibernética, etc., la que mantiene esta individualidad comunal e impide ver una, como diría Jorge Alemán, soledad común.

En lugar de progresar hacia una liberación del tiempo laboral a la gente, como explica Kurz, se le ha impuesto una flexibilidad, una reubicación, una especie de nomadismo laboral que nos hace pasar fronteras, viajar a otros puntos del mundo, a conseguir visados, a pelear por el mismo puesto en otro punto del mapa, a entrar ilegalmente en otro país y padecer las consecuencias, etc. (Krisis, 2018: 122). Básicamente, uno está solo frente al mundo laboral. Una competencia violenta proveniente de un entorno ya de por sí agresivo y miserable donde reina la insolidaridad del individualismo de las metrópolis. Frente este panorama, miles de migraciones se realizan al año en busca de un jodido trabajo, algún lugar en el que pueda ser explota. Mientras tanto la riqueza sigue desbordando las arcas, sigue concentrada en fondos de financiación, etc.

Este manifiesto no solo pronosticó las consecuencias de la tendencia del capitalismo, sino que además advirtió sobre la necesidad de focalizar la crítica en un punto crucial: el trabajo. A lo largo del escrito hemos podido atesorar ciertas ideas que podemos encontrar no solo en los ya citados autores sino en varios otros provenientes del (neo-)operaísmo italiano y la izquierda aceleracionista entre otros.

Bibliografía

Fernández-Savater, Amador (2021) La fuerza de los débiles. El 15M en el laberinto español. Un ensayo sobre la eficacia política. Madrid: Ed. Akal.

Fisher, Mark (2018) Realismo Capitalista (trad. Claudio Iglesias) Argentina: Ed. Caja Negra.

Graeber, David (2018) Trabajos de mierda (trad. Iván Barbeitos) Barcelona: Ed. Ariel.

Guattari, Félix (2017) La revolución molecular (trad. Guillermo de Eugenio Pérez) Madrid: Ed. Errata Naturae.

Krisis, Grupo (2018) Manifiesto contra el trabajo (trad. Marta María Fernández) Barcelona: Ed. Virus.



[1] Se pueden hallar, éste entre otros, artículos en varios idiomas sobre política, filosofía, psicología de masas y demás temas de raigambre sociológica en la página www.krisis.org.

[2] Cfr. Graeber, David (2018) Trabajos de mierda (trad. Iván Barbeitos) Barcelona: Ed. Ariel.

[3] La cita sigue señalando que “la acumulación de «trabajo muerto» como capital, representado con la forma dinero, es el único sentido que conoce el sistema moderno productor de mercancías. ¿«Trabajo muerto»? ¡Una locura metafísica! Sí, pero una metafísica convertida en realidad al alcance de la mano, una locura cosificada que tiene cogida por el cuello a esta sociedad. Las personas no se relacionan como seres sociales conscientes en el eterno comprar y vender, sino que ejecutan como autómatas sociales el fin absoluto que les ha venido impuesto” (Krisis, 2018: 34). En este sentido es relevante la postura, a mi parecer psicoanalítica, que mantiene Tiqqun con el materialismo atravesado por una constante metafísica vinculada a procesos de producción que tienen que ver con magia, seducción, economía libidinal, fantasmas, etc.

[4] Cfr. Fisher, Mark (2018) Realismo Capitalista (trad. Claudio Iglesias) Argentina: Ed. Caja Negra.

[5]La humanidad ha tenido que hacerse cosas espantosas antes de conseguir crear el sí mismo, el carácter idéntico, instrumental, masculino del ser humano, y algo de eso se repite todavía en cada infancia. Max Horkheimer y Theodor W. Adoro. Dialéctica de la Ilustración” (Krisis, 2018: 41).

[6] Cfr. Guattari, Félix (2017) La revolución molecular (trad. Guillermo de Eugenio Pérez) Madrid: Ed. Errata Naturae, p. 411.

[7] “El pensionista se convierte en adversario natural de todos los contribuyentes; el enfermo, en enemigo de todos los asegurados; y el inmigrante, en objeto de odio de todos los autóctonos enloquecidos” (Krisis, 2018: 92).

[8] Cfr. Fernández-Savater, Amador (2021) La fuerza de los débiles. El 15M en el laberinto español. Un ensayo sobre la eficacia política. Madrid: Ed. Akal.