Cristóbal Borrero Delis, Apuntes profanos

por Rubén Sainz Jiménez 

 

Apuntes profanos inaugura el primer volumen de la Trilogía de Contradigos. Su autor, Cristóbal Borrero Delis (1958), quien ha ejercido como docente público desde 1981 y ha realizado actividades teatrales como actor desde 1974, inicia, con esta obra, la colección de ensayo «La Zambrana», perteneciente a la editorial malagueña El Toro Celeste. Entre los libros más destacados de Borrero Delis se encuentran Internodios. Odas y lamentaciones (e. d. a libros, 2008), Haikus del sol poniente (Ediciones del Genal, 2017) y Apología de la meditación (El Toro Celeste, 2017).

El subtítulo del libro que nos ocupa, Párrafos erráticos y malquerientes de un goliardo compilados y numerados por Brendo Doulas, por una parte, nos predispone a impregnarnos de un aura miscelánea procedente de la aparente inconexión entre los fragmentos y las temáticas abordadas; por otra parte, nos adentra en la figura del goliardo, referida a sí mismo, que será el personaje central de la obra. Goliardo es un término que surge en la Edad Media para asignar a aquellas personas —ya fuesen del clérigo o estudiantes de pocos recursos— que llevaban una vida irregular, errante o moralmente desordenada y cuestionable. Entre párrafos y párrafos, Cristóbal Borrero Delis incorpora citas textuales de los evangelios coptos, estudiados por el Dr. Thomas Paterson Brown y publicados bajo el título de Metalogos (Editorial Sirio, 2009), los cuales utiliza de apoyo para reflexionar al respecto.

Nuestro goliardo —como expone Brendo Doulas en el prefacio— «de espiritualidad mal conducida» será la voz narrativa, o voz goliardesca, que desde sus «avatares internos» (p.13), basados en vivencias personales y expresados en una narración, a veces en primera persona del singular y en otras en primera plural; acompañará al lector mediante las digresiones expuestas. Esta voz goliardesca no se concibe a sí misma en una época pasada, sino que reconoce que,


como contemporáneo de la era industrial, crecí arrullado por el ronroneo de las máquinas de amasar y batir harina en la panadería de la pared contigua a mi dormitorio, velado el cielo por los falsos cirros creados por el humo de las altas chimeneas de ladrillo de las fábricas de encurtidos y de sacos de yute (p. 111).


Este carácter contemporáneo, adjunto al conjunto de reflexiones que abarcan toda la obra, lo impulsará a indagar en cuestiones triviales de esta época tecnificada, caracterizada por la «saturación de bienes de consumo» y en la cual «hoy la información está tan dispersa por la internáutica y los medios de comunicación de masas que es muy difícil enterarse de que haya vislumbres que merezcan la pena» (p. 45), de lo cual él es plenamente consciente y reconoce que «mi cabeza está tectonificada» (p. 103).

Análogamente, siendo consciente de las discusiones filosóficas que caracterizan el cambio de siglo, se cuestionará a sí mismo mediante la más extensa conjunción de párrafos que encontramos en el libro, si «seré o no un nihilista» (p. 283); puesto que, a lo largo de su vida se respondía «que lo era por pretensión» (p. 287). Pero es en esta obra donde profundiza acerca de la esencia del nihilismo por medio de adversas definiciones de esta corriente de pensamiento y resoluciones de títulos nihilistas, elegidos con precisión, los cuales lo conducen a múltiples contradicciones y a una afirmación severa: «Nunca más volveré a cuestionarme si seré un nihilista, porque me reiteraría en la respuesta, aunque sí mantendré la duda de si no será la negación de toda creencia una creencia en sí misma» (p. 291).

No obstante, también examina con atención otro tipo de discusiones que, ya desde los inicios de la filosofía, han sido tratadas y discutidas con detenimiento, tal y como es el debate sobre la existencia de algo como la verdad, en sentido absoluto: «como un valor inteligible en todo instante, cultura y lugar» (p. 110). Para el autor este es un asunto complejo, ofrecido desde una perspectiva introspectiva, desde la que dice: «no me creo poseedor de la verdad, pero necesito pensar que la tengo para asumir que merezco la pena» (p. 34). Esto le genera un conflicto intrapersonal que lo lleva a realizar afirmaciones sobre una hipotética existencia de una verdad que se configura inaccesible a nuestra condición de seres humanos:


¡Claro que existe la verdad!, me dice el subconsciente, soltándome una colleja, insistiendo en que es necesario que creamos que la hay, aunque sea inalcanzable a nuestro entendimiento y aun siendo todavía muy pequeños para acceder a ella con nuestros sentidos (p. 148).


La verdad, entonces, cobra sentido en el propio ser pensante que somos. Pero, este sentido, acaba desvaneciéndose en el momento que decidimos inquirirla:


Si me decidiera a buscar la verdad, en términos absolutos, sobre cuanto haya sido causa de mis interrogaciones, no será sin ser consciente de que nunca le encontraré, y que lo más parecido que halle será una falacia inventada por las limitaciones obvias de mi cerebro y por la tendencia a engañarme con si será rentable descubrirla (p. 199-200).


Otra discusión que se presenta de manera regular a lo largo del conjunto de párrafos es en torno a la muerte, pues pese a que la filosofía, la espiritualidad y la ciencia estén asociadas a ella, ninguna nos prepara para tal fin; solo nos enseñan a «ser tolerantes, comprensivos con ella y a aceptar que son una parte imprescindible de nuestros tejidos (físicos y químicos)» (p. 305-306). Por ello, en el momento en que fallece alguien que ha sido «provocador, mordaz, crítico o ácido» pensamos que «la muerte no le sienta bien, que es un pastiche malo, una mala imitación pegada a un cuerpo equivocado» (p. 26). La muerte, como señala el goliardo, en muchas veces está provocada por los propios seres humanos. Tales acontecimientos de los hechos a lo largo de siglos configuran la «historia no oculta del ser humano: la de que aniquila a los de su misma raza y de que en muy pocos casos es por sobrevivir» (p. 252).

Dicho esto, aclaro que el libro no trata, ni indaga, únicamente en cuestiones filosóficas, así como se ha mencionado al inicio de la reseña, aunque predominen las reflexiones de esta índole. En este se encuentran, a su vez, una gran variedad de deliberaciones sobre diversos temas que son incongruentes entre sí, pero cuyos hilos conductores son las propias vivencias y meditaciones del autor. Por ejemplo, cuando recapacita del teatro —desde una perspectiva privilegiada por haber sido partícipe de esta profesión— o sobre la lectura de los clásicos, sendas materias que, para el goliardo, requieren de un estatus «como asignatura en las enseñanzas oficiales, porque ayudarían al sujeto a reconocerse parte aislada de una sociedad necia y engreída de la que no puede inhibirse, sin embargo» (p. 42-43). Así, cuando expresa una crítica a la poesía percibida como un instrumento de precisión, que se fundamenta en la apropiación de esta cualidad que está igual, o más presente, en otras disciplinas como la novela, el relato, las artes plásticas o la arquitectura; cuando expresa la profesión de aprendiz como aquel único oficio en el cual se reconoce y se adscribe «con conciencia» y «con constancia incansable» (p. 60), o cuando declara su aspiración a la virtud de la tolerancia por la carencia de su «idiosincrasia aun siendo de las más nombradas en falso en esta etapa de postmodernismo» (p. 84).

En efecto, el lector que decida iniciar su rumbo en la lectura de Apuntes profanos hallará en este escrito una plurigrafía compuesta por una conjunción de microensayos, expresados con una precisión poética inimaginable, capaz de provocar diversos estados de ánimos, dispares entre sí, a medida que se avanza con la lectura. Esto se debe, principalmente, esto se debe a que «las palabras, en manos del goliardo, son herramientas de construcción de extrema precariedad manufacturera» (p. 105).



Bibliografía 

Borrero Delis, Cristóbal (2022) Apuntes profanos. Málaga: «La Zambrana», El Toro Celeste. ISBN: 978-84-123313-5-6.


Rubén Sainz Jiménez

Universidad de Málaga

rubensainz@uma.es