Sobre el último oleaje mediático


En 1918, los ánimos se mostraban nostálgicos. El mundo anterior a 1914 representaba la normalidad a la que todos debían desear volver. Naturalmente, se trataba de una ilusión. La historia no tiene períodos normales. La normalidad es una ficción de los manuales de economía. Un economista establece un modelo y especifica sus características como si correspondiera a una situación normal. Se preocupa mucho de demostrar la existencia de una normalidad en su modelo. Se aduce como un importante argumento en favor del modelo el hecho obvio de que el mundo existe. Pero el mundo no existe en un estado de normalidad. Si el mundo del siglo XIX hubiese sido normal, no se hubiera producido un 1914.

Ensayos críticos (Joan Robinson)


Oh, Dios, estoy totalmente confundida. No sé lo que soy. Llevo un demonio dentro de mí, lo siento. Siempre dos verdades.

Diarios Amorosos (Anaïs Nin)


Han pasado ya unas cuantas semanas desde que sucedió aquello con Rubiales (prometemos no será lo mismo, de lo cual también ya estamos hartxs). El revuelo que supuso nos pareció otra ola más que atraería la atención de cientxs. De un lado y del otro sentimos que algo estaba trabado, que algo se había enquistado y que la escucha se había cancelado por la sordera de las ideologías que danzaban sobre el territorio y sus hilos invisibles de luz. Pensamos tras vernos sorprendidos ante el aluvión de comentarios, vídeos, audios, filtraciones, manifestaciones y demás fisicalizaciones de complejas aseveraciones simplificadas en uno y otro bando que temíamos hablar a las paredes.


TRAMO FILOSÓFICO: lo que leerán a continuación no es más que una serie de diatribas que surgieron de una serie de conversaciones, monólogos comunales entrecortados y una necesaria vista de ave para poder situarnos en el mundo. Al acabar este tramo, hallarán otra conclusión parcial a la que hemos llegado. Otro parangón, esta vez encarnizadamente político a la par que, necesariamente, humorístico.

La textura social en la que aún deambulan y se reproducen significancias con mayor o menor apercepción nos daban la señal de que vivir a la altura de los tiempos supone no sólo hacer acopio de un personal y comunitario pensamiento crítico sino, abandonando cierto tropo posmoderno, cartografiar la actualidad de los discursos que entretejen los afectos cotidianos. Incluir la tecnología, los medios de comunicación, las redes sociales, las micro y macro historias que prevalecen sobre aquellas que restan ocultas, no solo es tarea de aquellos que manifiestan un deber ser sino de aquellos que buscan, aún, el ser.

El mapa, ya tenga mayor o menor precisión, nos sitúa en el momento histórico y nos ofrece la oportunidad de tomar una u otra dirección. La pregunta es pues, ¿con qué materiales estoy escribiendo? ¿Qué justifica, apuntala, conserva, impone, jerarquiza, valoriza, este conocimiento con el que formulo, trazo, mi camino?

En varios sectores de la izquierda han pegado un volantazo hacia lugares no determinados con tal de mantener un viejo valor en píe frente a los cambios que no siempre aparecen con manual de uso. Por esa brecha se cuelan razones, iluminaciones, críticas, trifulcas… que, sin un mapa, restan cual escupitajos sobre relojes de arena. Perdiendo el tiempo, enzarzados aquellos y estos aun con deberes por hacer, el ser se afirma en el reproche. Cual acto reflejo, ante la contundencia unánime del juicio, anclada la ciudadanía en un espectro nihilizante, emerge un “si ellas lo hacen, nosotros también”. Ante su sororidad aparece un señalamiento del “verdadero feminismo” como si hubiese varios, como si la fraternidad no pudiese también ser puesta en duda.

La vorágine ridícula en la que tropieza el pensamiento se jacta de su condición al mencionar el orgullo de toda posición posmoderna: yo no soy como el resto. Pero el resto es lo que nos queda. Piezas de un hablar descompuesto, triste y ermitaño, que detestan su aglutinación a ello ya que conlleva la jerarquización del pensar.

Jerarquía proviene del griego hieros que significa sagrado o divino, y arkhei que refiere a orden o gobierno. Jerarquía, pues, sería algo así como Orden Sagrado. La crítica ontoteológica nos señala que no hay nada subyacente, la presencia está en crisis constante, lapsus aquí, “no sé por qué hice eso”, lapsus allá, “¿por qué dije eso?” … Lo sagrado queda invalidado, no se quiere, no se aguanta. ¿Qué hicimos entonces? Nos quedamos con el arché, el orden, el gobierno y, fundamentalmente, una pregunta que, tras la muerte de Dios, la Razón y la Verdad, pasa de boca en boca y de altavoz en altavoz: ¿Cómo nos gobernamos?

Esta pregunta ya no puede recurrir a la trascendencia de Dios. En su lugar, los términos son capitalistas, cibernéticos y patriarcales. Todo lo demás es mera complementariedad. La hegemonía de los discursos populares no alcanza las cotas críticas de dichos planos estratosféricos de control milimétrico de la vida, y en el momento en el que uno incide precisamente en un punto flaco por el cual pinchar la burbuja de Dorothy, uno se ve impelido a ser de izquierdas o derechas sujetando la bandera anti-hieros.

“¿Cómo nos gobernamos?” sigue estando en el fondo de la clase. Con todos los materiales desperdigados por el pupitre aún no sabemos lo que sentimos, pero sí lo que queremos. ¿Cómo se gobiernan los que saben lo que quieren? ¿Cómo habitan los que se preguntan por cómo se sienten? La pobreza del narcisismo individual axiomatizado y su brutalización maquínica se refleja en las colectividades y polarizaciones plasmadas por todos los medios. La banalización y repugnancia con la que se tratan los afectos y la sinceridad nos devuelve aquella crítica que hizo Schopenhauer a los idealistas alemanes: los conceptos sin intuición son como cáscaras de nuez siendo chocadas en el aire.

El tropiezo del pensar en su propia especulación identitaria obvia un silencio reservado a la aparición de unx mismx. La consistencia que se obtiene, finalmente, es temporal. Se cede lugar a la muerte y con ello a los procesos entrópicos del pensamiento en acto. El oleaje de 360º que ocupó portadas y hashtags en el territorio nacional e internacional porta el signo esperanzador cuya significancia aún no se ha podido ver, precisamente por aquello que Derrida, aun con su crítica a la ontoteología, señaló como imposible de eludir: la inevitabilidad del pensamiento en otorgar un ser.

¿Qué quiere decir esto? Nuestro proceder reflexivo depende de su naturalización. Por ello señala que lo que la excede es la diferencia, lo diferido… Ni Derrida, ni Foucault, ni Butler, ni Preciado nos instan a quedarnos ahí, en la constante indefinición, sino al contrario (y creemos que son bastante clásicos), nos invitan a escoger otra forma de vida, desde otro lugar. Como dirían en jerga inglesa, choose your weapon.

El problema reside pues en lo siguiente, y es algo que dijimos al principio: no hay suficiente crítica dirigida hacia los medios según los cuales cartografiamos nuestras vidas. Sin esto consideramos que toda proyección social o pretendida hiperstición no aprovecha cada tsunami mediático si no es capaz de escuchar el evangelio de la anarquía, de la diferencia, de lo diferido, para marcar, aunque sea durante unos pocos minutos, un escenario alternativo, ya que intuimos con más precisión dónde están las luces, dónde las sombras y dónde “los hijxs de puta” como dicen los de Hora Chanante.

En estos días hemos visto a todo el mundo armarse hasta los dientes, pegando tiros como si fuera un spaguetti western, pero la maquinaria de la propiedad privada sigue vigente, el meteorito del cambio climático nos sorprende como un relámpago visto a unos pocos kilómetros y lo que consideramos más importante, aún sigue sin pasar nada. Don´t look up es escandalosa no por lo que representa en la película, sino por lo que ella misma representa. Los medios comercializan el temor, pero también la indiferencia. La propiedad de la información, por definición, lleva a la propiedad de lo banal, absurdo o ridículo. Nadie puede decirnos que el beso, el abuso o la estupidez de Rubiales hubiera pasado por alto, pero todos podemos decir que la guerra abierta entre este y aquel ha posibilitado la batalla, al igual que, al tirar del hilo justo cuando los focos apuntan hacia el conflicto, no ha hecho más que sacar a relucir una estructura de poder y una atmósfera de abusos polivalentes que ya se intuían de antemano con solo ver las continuas faltadas televisivas, emitidas por radio o prensa rodeando el mundo del fútbol.

Nos sumamos a una carnicería en última instancia, donde se había vaciado ya cualquier espíritu crítico. El festín, en definitiva, nunca ha servido para alimentar a los comensales, sino que solo se porta como una muestra de poder y materialización de ansiedades donde la pieza, viva o muerta, poco tiene de valor. Como en las bodas, el origen de la invitación pasa a un segundo plano (si del novio o de la novia) no parece importar a nadie con tal de participar en la degustación de todos los platos que, sin necesidad alguna de saciar el hambre, lleva el menú. Todo es digerido, todo es engullido, todos comen y se ensucian hasta que la saciedad se ha olvidado. Los videos se han ido filtrando, con semanas de antelación, con robados de mal gusto y el juego a cierta prensa donde la ética, como en cualquier otro rincón del capitalismo cibernético y patriarcal que nos gobierna, parece someterse a la des-información que parece brotar a diestro y siniestro. 




Odio a los indiferentes. Creo, como Friedrich Hebbel, que «vivir significa tomar partido». No pueden existir quienes sean solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes.

Odio a los indiferentes (Antonio Gramsci).


A veces, el activismo también es un clic. Gracias Spotify por esto.

Lola Índigo en el EQUAL Fest.


TRAMO POLÍTICO: como les prometimos, a continuación, como si el texto estuviese bugeado, daremos lugar a otro tramo. El vínculo con lo expuesto más arriba depende del lector. Las herramientas de arriba tal vez sirvan para las cañerías de abajo. Pelear en el fango no solo tiene que ser divertido, sino que cabría intentar no tener heridos de muerte. Defenderse es doloroso, pero el dolor no es malo. Es tomar riesgos, construir en el vacío. Si nos quitan el final del capitalismo, hagámoslo estallar porque nosotros ya estamos cayendo. ¡Que no gestionen! ¡Que no tengan nada que gestionar! Tras Rubiales, otro, y tras el cambio, el orden. Siempre el orden, luego pequeñas burbujas de ingobernabilidad. 

La misoginia y el pollaviejismo johnwayneiano que desprenden cientos de comentarios contra Irene Montero, Pablo Echenique o el feminismo en general (no hay bueno o malo, sino excluyente o incluyente), como instigadores contra la figura representante del ungaunguismo español, nos recuerdan precisamente a ese lugar de poder que suelen ocupar los conspiranoides (de estos sí hay bueno y malos): hallar fuerza en la contra. Sin pertenecer a ningún ejército, sin formar bajo ninguna bandera, resulta imposible colocarse en según qué regiones donde la cultura de nuestro tiempo, ya lo dijo Pasolini, no determine lo que ya es normal pese a que la España, no tan derechizada como se piensa, intenta defender. Recientemente hemos visto cómo la derecha tiene que abrirse a la república para atacar a la democracia. El orden es lo único que importa. 

La misofobia que emerge se palia con una buena somanta de atentados contra el consentimiento, contra la aniquilación del erotismo, contra el derrumbe de la VIDA, con mayúscula, y una serie infinita de objetos sobre los que proyectar las ansiedades que produce la revisión de sí mismo. La fobia no cesa de acoplarse a cada emergencia de nuevas críticas, nuevas aseveraciones, nuevos juicios y nuevas caras que se destapan y denuncian con coraje las vejaciones sufridas por payasxs. Un encuentro siempre será un encuentro, independientemente de la ley de turno, porque donde existe el encuentro lo legislativo no puede entrar, sino a posteriori.

Rubiales no es un cabeza de turco, ni un chivo expiatorio, sino que es uno más que sale a la luz. Los que le aplaudieron, entre ellxs la que promocionaron como sustituta de Vilda, han cronificado hasta la normalización una conducta que, frente a un querer que escucha lo que siente, ha verbalizado una violencia. En el momento en el que no se quiere participar de dicha dinámica, en esa espiral de juegos, toqueteos, besuqueos, agarrones, descuidos, insultos, provocaciones, acoso de todo tipo, cuando se escuchan daños, hay que cambiar. En la última obra de Virginie Despentes, Querido capullo, vemos a tres personajes que mutan frente a una fiscalización, señalamiento, de una conducta cuyo proceder irreflexivo aplanaba y normalizaba su propio devenir.

No hay alarma en que dos personas se besen, la alarma aparece cuando se pregunta “¿un piquito?”. Si algo tiene que ser llamado, es que no estaba. Rubiales llama al “piquito” y lo hace desde un lugar donde poder, sexo y género convergen. No todo es natural, ni orgánico, pero sí la escucha falla las producciones desiderativas consecuentes estarán a la altura de la tapia. 

Precisamente, como dijo en su día Pedro Sánchez, el feminismo para hombres de 45-50 años, aquellos a los que el cambio atemoriza ya que, al otro lado, allí donde están las feministas, la representación castrante de una fantaseada “mujer” fálica invoca la fobia ante una posible afánisis[1]. Arquetípica imagen mítica de vagina dentata. En una sintonía parecida, también vemos a Ángel Martin quien hace unos días apeló a una nueva guerra de sexos pretendiendo que dicha síntesis no rezumara el mismo temor. Alfonso Guerra se suma a esos que sospechan “¿qué hará en el tiempo que va de una peluquería a otra?” temiendo bajo la despótica coraza de la experiencia política haberse quedado viejo e impotente en lo suyo. O lo que vemos en la crítica de los padres de tik tok contra una Aitana que no puede bailar como Lola Indigo. 

“¿Cómo he de amar?”, “¿Cómo voy a follar?”, “¿Qué hago con mis sueños de riqueza y grandeza?”, “¿Qué hago con la caza?”, “¿Tengo que probar el sexo anal?”, “¿Cómo soy padre de familia?”, “¿Qué hago con mi matrimonio?”, “¿Y mis colegas qué?”, “¿Cómo voy a representar la masculinidad?”, “¿Y la virilidad?”…

Aquí conviene caer en qué lleva a un grupo de universitarios brasileños a simular una masturbación grupal frente a un grupo de jugadoras de voleibol: ¿Es eso lo masculino que temen perder? Valerie Solanas nos recuerda aquello que intuimos. El hombre, en definitiva, siempre quiere ser igual que el Hombre.. Si Borja Iglesias anuncia que deja la selección española, rápidamente el mundo del fútbol viene a poner en duda si estaba o no al nivel para irse, o ¿acaso no era otro el motivo? Una hilera de idealistas cae en el transcurso de la protesta porque el movimiento no es ideológico sino partidario. Toda simulación es tan burda que puede ser cortada con un estornudo.

Tal vez, la aparición de estos comentaristas reactivos no son más que un producto de la época en la que vivimos. Aun conservamos formas de pensar y actuar propias del medievo y no, en ningún momento el tiempo pasado fue mejor. Las conjeturas a las que llegamos, los problemas, las crisis y sus soluciones, parten de un desconocimiento preocupante de la situación que excede las cuatro paredes destrozadas y mohosas de narcisismos propios de un dios atormentado y despótico. “A imagen y semejanza” la industria cultural alienta y promociona sujetos morales desprovistos de sabiduría que todo lo saben. Hegel unchained.

¿Dónde nos deja esto a nosotrxs? Narciso, su historia, como explora Matt Colquhoun en Narcissus in Bloom, no es tanto la crónica de una muerte sino un símbolo del cambio. Comúnmente (lo usamos hace un momento) se significa esta palabra con egolatría, superioridad moral, violentxs, “pagadx de sí mismx”… Pero la cosa es que Narciso muere, y con ello da lugar al retorno de la naturaleza. No se trata pues de la sobreestimación de sí mismo, la elevación de la autoestima, sino de la posibilidad de dar espacio a la transformación. Y sí, esto queda muy New Age, muy hippie. Pero por transformación comprendemos aquello que Hakim Bey señaló con el término insurrección. ¿Qué sentimos? ¿Qué decimos ante ello? ¿Accedemos a este plano de la existencia o nos aferramos a la tanatofobia y cientos de mecanismos de defensa ante la castración? La insurrección nace de unx y lxs demás lo notan. Cuando, como dice Sarah Ahmed, devienes aguafiestas estás permitiendo que la vida se abra paso. Ante la exclusividad del jolgorio, la motosierra no puede estar en manos de un Milei y sus lacayos, ni tampoco de un Rubiales y sus secuaces, sino desmontada (y así también la fantasía desmembradora) y reensamblada como bastón de la palabra.

Para terminar con esto, hay una cosa que nos gustaría mencionar antes de que volváis a vuestros quehaceres. Hay una guerra en curso, y no se trata de atrincherarse bajo los significantes-maestros de feminismo, machismo, derecha, izquierda, neoliberal, etc… creemos que hay algo que está pidiendo a gritos que nos reconciliemos con la agresividad y la angustia de la misma vida. No se trata de convertirnos a todxs en eunucos o carentes de personalidad, una neutralidad democrática del yo, aquel políticamente correcto y respetuoso con todas las opiniones. Tolerantes, sumisxs, ganado. Por ahí es precisamente donde más disparos se efectúan, donde más asesinatos se perpetúan, donde los suicidios pasan a ser parte de la ecología, y las violaciones excesos controlados con el silencio de la vergüenza de las víctimas y la eventual oleada de denuncias. Reclamamos el encuentro, lo cercano, frente a los feminicidios: los puntos violetas, los movimientos de mujeres, las asambleas, los cuartos del té… ¡la vida contra el deber! La violencia que no se toca, que se respeta, que se mantiene siempre cual tabú, son las del trabajo, la corrupción mediática, la podredumbre recalcitrante de la industria cultural, los efectos de una maquinaria extractivista en pugna por el dominio planetario, guerras como parte de planes geopolíticos, tejemanejes por instrumentos de inteligencia estatal, violencias machistas e infecciones discursivas que pervierten la violencia tornándola en parte del espectáculo, etc… Morid. Que esa violencia os consuma hasta el punto de la purificación. El rito de iniciación pasa por despojarse de Dios, al menos de su cadáver, para dejar de agredir en su nombre y dar lugar a otra cosa.

El encuentro es toparse cara a cara con aquellxs que la perpetúan sobre nosotros y fisicalizarla hasta tal punto que provoque que aquello que es una tontería se torne en un asunto serio que merece una exhaustiva atención y reflexión profunda. La agresión sexual excede lo puramente sexual porque lo sexual nunca es exclusivamente sexual. Los palmeros se giran contra el líder y a las dos semanas obligan a las jugadoras a seguir alimentando el circo. El sindicato convoca y desconvoca huelga, el capital parece perdido, Angel Martin llama a la paz en tiempos de guerras de sexos. El exdelantero Alfonso manda a las jugadoras y Pep Guardiola (todo vale) a besar la bandera y callarse ante la selección y, en última instancia, el Estado. La guerra es justamente contra el sexo, contra las manos que se tocan, contra la fidelidad que obliga al dinero a tomar decisiones no rentables porque era lo correcto ¡atacan los afectos! Temen la fuga, nuestra huida. Sentir nunca podrá ser trabajar. La guerra es contra la vida y para ello, mujeres y hombres tienen que señalarse, y los hombres, seamos honestos, lo ponen muy fácil. La guerra la define la ridícula inquisición acerca de “¿con quién te acuestas?”, “¿qué tienes ahí abajo?”, “¿qué has hecho el fin de semana?”... ¡Y qué mierdas importa todo eso! La pregunta nace, nuevamente, de un temor ante el futuro, ante la aparición de mujeres que ya no son objeto de deseo sino sujetos de deseo, o como diría Luciana Peker en Putita Golosa, ahora es el placer lo que se antepone a las costumbres, al deber ser, dando cancha a aquello que restaba siempre postergado, negado, reprimido, producido, etc., con el fin de no molestar. Ahora, volvamos sobre Sarah Ahmed, es un imperativo ante la coerción y la estrechez de miras por un futuro que se avecina muy distinto a como se lo imaginó. Tras los exorcismos cotidianos, emerge la posibilidad de otras formas-de-vida, otras cotidianidades, otro mapa afectivo y callejones que en su día pasaban desapercibidos, siendo las principales de esta vida. 

Nos da igual lo que se entiende por feminismo, el bueno o el malo, el real o falso, el que ni siquiera se entiende ni se quiere entender… Si hay algo que entendemos es justamente esto: no se puede erradicar la violencia, la agresividad y el temperamento, solo conducirlos hacia otros lugares, hacia un afuera que no cesa de escabullirnos, pero cuando aparece la posibilidad es maravillosa y la esperanza se restablece explorando estas líneas de fuga. Conducimos sin luces hasta que nos chocamos. Pero, joder, ya venimos chocándonos hace ya un buen jodido rato. Cierto es que, si ya sabemos todo, si tenemos a Dios sobre nuestros cansados hombros, nunca vamos a aprender nada. Cobardes, auscultados por un Dios muerto, renegando de una vida y escogiendo siempre la bolsa, no solo dicen no equivocarse, sino que todo el mundo lo está. Ante eso, ya basta.

No hay ningún lugar sobre el que volver, tampoco lo queremos. Ninguna normalidad, huyamos de lo normal, no existe. La guerra está en marcha, a una velocidad quizá demasiado rápida; pero tenemos nuestras armas: usemoslas. Ataquemos desde la vida, desde el sentir. Armémonos de deseos, y si el poder cree en el individuo, nosotros en las singularidades. Dos manos que se tocan no son detectadas, dos miradas que se cruzan paralizan una discoteca o la búsqueda del tomate frito en los estantes del supermercado. Seamos la bomba nuclear que caiga sobre su normalidad de silencio. Ningún cuerpo en los estantes. ¡No somos mercancías! 

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[1] A pesar de ser una lectura simple del asunto, una mera reacción ante la castración de aquellos lugares de poder, una petición de cambio, la contemplación de la existencia de nuevos elementos, de un abandono de las formas-de-ser, de los modos en los que los roles carcomen la personalidad hasta generar una identidad a la altura de las expectativas del Otro, otro Otro y por ende la captación momentánea y amenazante de su consistencia, etc., viendo el panorama, por dónde deambulan los discursos, las frases e incluso cierta aura de respeto previa a la opinología (guerra de sexos, ofendidos, falso feminismo, etc.), hay un reconocimiento de una partícula reflexiva y conceptual que flota en el aire gracias a los medios de comunicación y redes sociales. Sumidos en esa espectacularidad unx se sume en dicha generalidad para medir cosas en ese plano trascendental en lugar de “medirse” ateniéndose a lo que habita cotidianamente. Aquello que supuestamente tenía que cambiar la cotidianeidad generó tal simulacro de la misma que su propósito es susceptible de no solo de fracasar sino de ser falseado. Creemos que la lucha, siguiendo las líneas marcadas por Suely Rolnik y Rita Segato, pasa por un lugar micro, biográfico y complejo sin dejar de lado las estructuras de la violencia y poder que la dinámica capitalista y el altavoz de la cultura sostienen a pesar de sus incontables washings. Consideramos que esta denuncia llegará algún día a un tope, un límite de tal calado policial, que inevitablemente nos hallaremos cara a cara con los defensores del inmovilismo, del esencialismo y naturalismo perpetuado en la manutención de los flujos desiderativos que sostienen aquel señalado ‘no pasa nada de Tiqqun.




Equipo editorial Metaxis, 06/10/23