Jacques Bouveresse - Nietzsche contra Foucault. Sobre la verdad, el conocimiento y el poder por Juan Iturraspe

El filósofo Jacques Bouveresse, nacido el 20 de agosto de 1940 en la comuna de Épenoy, autor de más de una docena de libros dedicado al estudio de distintos campos de la filosofía, aunque particularmente la epistemología y el lenguaje, nos ofrece en el siguiente libro, titulado Nietzsche contra Foucault. Sobre la verdad, el conocimiento y la verdad, una demanda. La cual ha sido traducida con cariño al español de la mano de Adan Kovacsics, cuya publicación se ha encargado la editorial Ediciones del Subsuelo.

Esta demanda, que atraviesa todo el libro, tiene su lugar de enunciación en el bagaje intelectual del autor, cuyos estudios dedicados a los campos ya mencionado se han ubicado en la filosofía de la ciencia y la filosofía analítica. De este modo, el despliegue crítico que propone el autor se basa en una lectura ágil de los pasajes por los que Foucault, uno de los hijos de Nietzsche, transitó y empleo posteriormente para dar sus conferencias y articular sus estudios genealógicos del poder.

La particularidad de la que Bouveresse se sirve para realizar su crítica es el estilo escéptico que sostiene. No sólo pone en cuestión las propuestas epistemológicas de Foucault, como puede ser el dilema de la verdad y el conocimiento objetivo, es decir, “¿cómo se puede afirmar que algo es verdad si la objetividad, cuando se nombra como tal, se la toma como mera imposición hegemónica de la verdad?”, sino que además señala las dificultades por las que uno puede verse forzado a interpretar poéticamente de los textos de Nietzsche cuando este se refiere a la verdad.

A continuación, haré un ligero recorrido por los distintos temas que elabora el autor al encuentro entre estas figuras del pensamiento crítico.

El autor comienza su exposición[1] señalando la tesis del escrito, a saber: las arriesgadas complicaciones lógicas que se hallan en el discurso de Foucault debido a una deformación de las lecturas de las obras de Nietzsche. De este modo, señala que para el historiador francés el nexo entre la verdad y el conocimiento no existe como tal (el conocimiento objetivo), resultando de esta aseveración que el uso que se haga de la verdad no es más que impositivo, siendo su campo el de la política y no el de las ciencias.

Dicho esto, Bouveresse prosigue su incursión[2] por lo que significa ‘verdad’ tanto en Foucault como en Nietzsche, que, en resumidas cuentas, en el segundo capítulo ya aproxima una definición de la misma como carente de error o ilusión.

En la misma dirección en torno a la cuestión del conocimiento o el saber, indica que el carácter que define a éste es el de una construcción cuyo fin es el de suplir una falta que hallamos en la ignorancia[3]. Es debido a esto que lo que se halla en el saber no sólo sea una respuesta al no-saber o al desconocimiento, sino la búsqueda del asombro que supone la adquisición de nuevos saberes, los cuales abren la veda para el planteamiento de la distinción entre la verdad y la mentira. ¿Por qué? Precisamente porque el asombro supone un problema para verdad ya que aquello que se sabe contiene un no-saber de sus condiciones de posibilidad, lo cual podría derivarse en tomar por verdad la mentira, un error o una ilusión.

De este modo, señala las afinidades que tenía Nietzsche con Spinoza[4], guardando las distancias entre sendas épocas, pero reconociendo en ambos autores la tendencia al reconocimiento del conocimiento como un bien supremo. Aduce así un carácter ontológico del propio conocimiento ya que, según comenta el Bouveresse[5], éste no podría salir de ningún otro sitio que no sea de los instintos. Señalando así el carácter patológico del propio conocimiento. De esta forma, con Nietzsche, recuerda que los resultados obtenidos por las ciencias, que buscan la verdad, cometen errores (útiles), mientras que la filosofía estaría en un plano intermedio entre la verdad y el conocimiento.

Siguiendo este hilo y para captar distintas dimensiones del problema que supone la posición de Foucault, trae a colación la diferenciación que establece Nietzsche en El Anticristo entre el hombre de fe y el escéptico; el primero se define como aquel que sacrifica la verdad en nombre de la creencia, y el segundo desestima la creencia a favor de la búsqueda de la verdad. Ambas caracterizaciones sirven a Nietzsche para ubicar la fuerza, los instintos, que median en la creación del conocimiento. Obviamente, para el filósofo prusiano, la figura del escéptico y su empreño en la búsqueda de la verdad serán las que predominantemente definirán el horizonte crítico que mantuvo este frente al discurso del cristianismo.

Este espíritu veraz de los escépticos, asumido por el discurso científico conlleva, aún siendo una figura favorable frente al antagónico cristianismo, el desplazamiento de los sentimientos, de los afectos, aquello que Kant consideraba el factor patológico que interfiere en la constitución del saber que es participe de la verdad. De este modo, dado que el aliado de Nietzsche en otra época era Spinoza en lo que a los afectos se refiere, hará una distinción entre veracidad y la existencia de verdades como algo objetivo.

Por un lado, la ciencia mantendrá ese espíritu por hacer veraz su producción de saber y por el otro la no-ciencia se dedicará a la verdad como ilusión. Dicho con otras palabras, la verdad (no-ciencia) se encargaría de aquello que la veracidad (ciencia) no puede sostener debido a su carácter escéptico[6]. Por emplear una metáfora del propio Bouveresse, una (no-ciencia) regula la calentura de la otra (ciencia), para no acabar desalojando la verdad, factor humano, de la ciencia[7].

Así, la verdad de la no-ciencia puede tomarse como placer, engaño o ficción, y sentimiento moral que discierne entre aquello es bueno o malo, siguiendo aquí la vertiente spinozista que considera bueno a aquello que aumenta la potencia y malo aquello que atenta contra o la disminuye[8]. Estas verdades de la no-ciencia, estás ficciones portan el impulso vital por negar la naturaleza otorgándole positivamente una coseidad, una logicidad, una moral, etc… Estas creaciones no son “arbitrarias”[9] sino que son impuestas intencionalmente. Esto parecería llevarnos directamente al campo de lo político, donde se disputarían la hegemonía distintas verdades, pero, como recuerda y añade Bouveresse,

No le molesta que haya asimetrías, jerarquías y desigualdades; antes bien, le fastidia que ya no haya las suficientes y que nos encaminemos hacia una situación en que dejen de existir por completo. Elegir como amigos a los dominados y excluidos y tratar por principio como enemigos a los dominadores y a los amos, aquellos que detentan el poder y lo ejercen sin escrúpulos, sin compasión e incluso con la suerte de crueldad que ello casi siempre implica es, según él, más o menos lo contrario de lo que debería hacerse (Bouveresse, 2020: 126).

Indicando así cierta tendencia política liberal de la cual veremos repetirse en distintos filósofos considerados de izquierdas. Punto de interesante discusión pero que desviaría la intención del libro y su demanda.

Siguiendo por esta senda, Bouveresse con Nietzsche, comprenderíamos que la verdad se encuentra más allá del bien y el mal[10]. Por ello lo que sugiere es que en ese terreno de lo extramoral el conocimiento ha de ser juzgado, del mismo modo que la verdad que se defiende y se sostiene con un sistema de creencias, impidiendo así que ambas, entrópiamente, disminuyan la potencia de la humanidad. La cual, mientras le leía, sólo puede ser una posthumana, ya que supondría siempre una reflexión crítica sobre lo humano conforme a los avances de la ciencia y los complejos entramados psíquicos que afronta supone la metamorfosis espiritual proveniente de las ficciones culturales que definen cada época.

Volviendo sobre Foucault, el cual nombra de pasada en estos capítulos, el interés de éste es el dilucidar cual es el criterio por el cual algo se considera verdadero. Es decir, a fin de cuentas, quién decide qué imponer como verdadero y quién lo asume. En este punto, la crítica que le hace Bouveresse a Foucault es que es quién al que se dirige es una entidad autoritaria, hegemónica, la institucional, dejando de lado precisamente aquellos usos de la palabra verdad que pertenecen a la cotidianeidad, al uso diario por aquellos considerados débiles o sujetos a las estructuras de poder[11]. Dicho con otras palabras, Foucault sólo analizó como la verdad era utilizado y diseminada por las instituciones, marcando así las epistemes que definen las producciones de verdad de una época, obviando de esta forma, las formas marginales, no institucionales, cuyo uso de la verdad refiere a otro tipo de cuestiones.

Al final, recupera dos conceptos de Foucault; la aletugia y la pharresia[12]. Correspondientemente se refieren a la producción de verdad, es decir, los medios por los que se establece una verdad y, por otro lado, el decir-veraz cuyas consecuencias para el otro suponen una molestia, una violencia, un incordio, una herida, etc., es decir, sinceridad cruda. Estos dos conceptos aparecen en este último capítulo para denostar el intento de Foucault por desprenderse del estudio genealógico y proponer así dos herramientas con las que darse a la verdad en sí. De todos modos, se enfatiza nuevamente la deliberada y astuta jugada de Foucault de no enfrentar la cuestión del conocimiento objetivo (problema que parece también hallar en Nietzsche) y de no abandonar su postura como rétor para ofrecer una aproximación lógica[13] al concepto de verdad de sí.

En conclusión, sobre este libro debo señalar que su lectura no solamente se hace amena, ya que el autor es muy pulcro y pedagógico a la hora de presentar las distintas problemáticas con las que se va encontrando, sino que además me dio la sensación, como cuando se lee a un autor analítico, de estar leyendo la caja negra de transatlántico, ya que sobrevuela por diferentes autores, pero sin desviarse del punto de llegada.

Por otro lado, he notado a lo largo de la lectura que las cuestiones como el poder sus implicancias en el campo de la política, tema que es principal en la obra de Foucault, se da por sentado, priorizando así el interés, como filósofo de la ciencia de vertiente analítica, a las cuestiones epistemológicas y lingüísticas sobre el conocimiento y la verdad.  



[1] Bouveresse, Jacques (2020) Nietzche contra Foucault. Sobre la verdad, el conocimiento y el poder (trad. Adan Kovacsics) Barcelona: Ediciones del Subsuelo. p.45

[2] Ibid. p.61

[3] Ibid. p.66

[4] Ibid. p.76

[5] Ibid. p.80

[6] Ibid. p.99

[7] Tanto Martin Heidegger como Jacques Lacan recuperan esta concepción. El primero señalará que la ciencia no piensa en las Contribuciones a la Filosofía, y el segundo dirá que la ciencia forcluye la verdad y el sujeto en su Escritos, precisamente en aquel titulado “La ciencia y la Verdad”.

[8] Ibid. p.106-107

[9] Ibid. p. 115

[10] Ibid. p.127-128

[11] Ibid. p.137

[12] Ibid. p.145-146

[13] Ibid. p.150