Eloy Fernández Porta – Los brotes negros por Juan Ignacio Iturraspe

Son las ocho de la mañana. La usual carga sigue funcionando. Idle. Recuerdo un reflejo sobre el que quería escribir, pero lo dejé estancado por no saber cómo hacerlo. Recojo el testigo del relámpago y me pongo con ello. La hoja en blanco demanda un impulso. Reviso las notas al margen. Sí, podría empezar por ahí. Supongo que me merezco un poco de holgadez. De todas formas, tampoco hay objetos, solo flujos. Al menos es lo que la ignorancia me revela cotidianamente. Allá vamos, otra vez.

El libro Los brotes negros de Eloy Fernández Porta, publicado por la editorial Anagrama este mismo año, nos revela la cara oculta del astro público. Los B-Sides que leemos en las páginas del ensayista son un retrato crudo de un trastorno de ansiedad que, en su confesión y trazabilidad errática por anotaciones de diario, se entremezcla con una crítica a los modos de producción contemporáneos, su deriva cronófaga y paulatinamente precarizada, en especial una visión desde las entrañas del ámbito universitario y despliegues culturales públicos[1]. Esta exacerbada demanda sobre sus espaldas fue dando lugar a episodios en los que el quiebre, el colapso, infectaba de impotencia el cuerpo. La experiencia relatada nos permite no sólo conocer los distintos efectos que puede producir la ansiedad sino a la par reconocer las deficiencias e hiperexigencias que han potenciado dicho cuadro sintomatológico. Deficiencias diagnósticas tempranas, terapéuticas voluntaristas donde reina la responsabilidad liberal y culposa, una enquistada cultura anti-farmacológica, la náusea sartreana acechante y la acumulación de duelos por el do or die de estos últimos coletazos del capitalismo comunicacional tardío.

¿Muy genérica no? ¿No estás escribiendo esto para EXOSUI? ¿Acaso no te parece raro ponerte en esta tesitura tan distante? ¿Dónde está la reseña-ensayo que sueles hacer?   

Arcade Fire sacó nuevo disco. “WE” es su título. Nosotros. Post-pandémicos. Cargados de ansiedad. También se está hablando de un 024 de atención al suicidio para todo el territorio. Win Butler, main vocalist del grupo mencionado, como gran parte del sector de la producción musical, artística y literaria, han y están reflejando un plano de la realidad afectiva paupérrima en la que ya no se trata de una exploración de los afectos sino trazas de una guerra en curso, los moratones psíquicos de una resistencia que usa representaciones como trincheras, álbumes conceptuales, teoría crítica oscurantista con cifrado VPN posmoderno o surfeando como pueden la ola del New Sincerity generada por el coloso de David Foster Wallace acosado por una depresión que acabó con su vida. Sea en la esfera cultural popular, con exposiciones de arte, conferencias cosmopolitas o marginales, se constata un cansancio, un agotamiento del pensamiento por la búsqueda de algo nuevo, una forma de lazo social horizontal donde reina la ignorancia del otro, rebajando ese enmarañado presuponer de aquel. Pero al mismo tiempo sigue estando presente ese nosotros conectivo, cibernético, individual y encajonado de dispositivos liberales diseminados por doquier contorneando texturas narrativas de las metrópolis.   

Nosotros. Siempre ha habido un problema con este vector. ¿Quiénes somos? ¿Importa saberlo? Podríamos hacer como Tiqqun y apelar a un materialismo metafísico en el que hallamos amigos, un Partido Imaginario, un Comité Invisible, sin que se entere nadie de que forma parte de una resistencia a punto de caramelo, de la insurrección. El Bloom le llamaban. Al igual que Heidegger y sus consideraciones sobre la energía atómica o Miguel Brieva y su última viñeta ante la decisión sobre las últimas reservas planetarias de zumo de dinosaurio, puede ser esto un infierno planetario (un DLC del infierno sartreano) o ser poseídos por un deus ex machina y redirigir las rotativas. Existen pisos en Nueva York cuyo precio exagerado y especulativo, cada dólar, cada cifra, podría representar los brotes negros que se dan a cada hora en la ciudad. ¿Cómo se para eso? ¿Podemos hacer algo distinto que apelar a un nosotros del brote o es nuestra única defensa? Tío, te estás pasando con el precio, ¿no crees?

Los brotes negros están por doquier. Soy un brote negro si miro mi historial clínico. La imaginería gore espontánea, esa casquería mutiladora episódica, descuartizador agresivo, pareciera un conector suelto, una manguera chorreando a alta presión[2]. Me fue inevitable, al igual que a muchos de los que me han comentado qué les ha parecido el libro, verme reflejado en las tintas de Eloy. Aún más siendo de Barcelona.

Reflejos mnémicos entre los párrafos recuerdan que el lenguaje evoca, no informa. Porta nos pinta sus botas como Van Gogh. Nos inunda con su De Profundis. Los límites alcanzados en plena calle, en la soledad del piso vacío, en compañía. Afligido, como Thom Yorke en “High and Dry”, no tiene tiempo para el nihilismo ni su desencadenamiento. El duelo se intensifica con cada ex- sumado. Cierta sodomía involuntaria, liberada y superyoica, jugando a rol con Kant y Sade, narcóticos sobre la mesa para no perder la partida, ¿cuánto puede un cuerpo? ¿Cuánto puede “aguantar” un cuerpo? Esto viene de los condos hiperinflados de Nueva York.

Isaac Marcet, director de PlayGround… no acabo de entender que hace en Generación Futuro. Escuché hace poco su podcast y parecía que su definición de trabajo solo buscaba la del tripalium, castigo. Como si fuese un doble check de que estamos jodidos. Hace tiempo que lo sabemos. Reafirmación amarga. Falta de sentido por la univocidad de una matriz regia a consumirnos. ¿El gran parón, the great resignation? ¿Nos bajamos del último barco de Zygmunt Baumann? Pero, ¿qué hay ahí abajo? Otra historia de violencia seguramente, tan absurda como el tiro de Meursault en la playa.

La otra cosa avanza lentamente. La esperanza de los marxistas en que todo acabará por derrumbarse se hace más patente cada día y a la par se los lleva a ellos, a sus detractores, y a los que ni saben quién es Karl por delante. Aparecen Extinction Revolution, más magazines de teoría crítica con el aspecto de Vice, pragmatismo de inbox, gente basada, reclamaciones al Gobierno por Twitter, Pablo Iglesias entristeciéndose por Yolanda Díaz al unir fuerzas con la otra izquierda, twitcheadas hasta las cinco de la madrugada hablando con 2 espectadores como si de una charleta en un bar se tratara, farándula española visibilizando sus adicciones tornados superventas, etc. ¿Mark Fisher podría no haber muerto si hubiese dejado atrás su crítica al mercado farmacológico? Pero me pregunto, ¿le hubiera sentado bien el chaleco químico? Lo mismo pasa con el caso de Amy Winehouse o Kurt Cobain, ¿sin ese dolor, esas relaciones pantanosas e infernales, el consumo de narcóticos desmedido y una cosmovisión tan pesada como la de “cierta clase de ciervos [que] sucumbió en época paleontológica al adquirir cuernos demasiado pesados [evolutivamente]” (Zapffe, 1993)? ¿Dónde preguntar para dar sentido más allá de esta dicotomía salvífica o suicida? ¿El Otro se hará fuerte o se reconocerá su inexistencia? ¿Narcotizar la vida o humanizar los narcóticos? Ya Antonio Escohotado tenía esa percepción de los narcóticos con su mítica Historia de las Drogas. Incluso Mark Fisher habló en sus últimos seminarios sobre un deseo post-capitalista que se caracterizaba por el comunismo ácido que Matt Colquhoun ha profundizado entre otros exploradores de la función Fisher. Éste mismo, alumno y seguidor de Mark, señala que no consumía nada, aunque hablase de comunismos espontáneos en raves. No tanto recreación sino amplificación. Como Paul B. Preciado dijo hace un tiempo sobre los implantes biónicos con imágenes ciberpunk de fondo, hay que usar lo que ya está hecho a favor de una humanidad aumentada. 

Qué hacer con los psicoactivos para el tratamiento de patologías no es una pregunta baladí, aunque tampoco es razón para que la misma ocupe todo el libro de Eloy, ya que esta solo es una del crisol que hallamos en el escueto libro. Pero esa pregunta que nace de esas pocas páginas, no es una que no me halla planteado, al igual que bastantes conocidos herederos de la anti-psiquiatría que empezaron hace tiempo un proceso terapéutico o psicoanalítico. Neuróticos en su mayoría con eventuales compulsiones obsesivas.

Al leer a Porta enumerar, de forma serial, distintos fármacos, lo primero que me vino a la cabeza fue una novela que leí hace tiempo de Craig Clevenger, Manual del contorsionista. Daniel Fletcher buscaba la forma de eludir el examen psiquiátrico con un control preciso de lo que introducía en su cuerpo. Allá donde el protagonista buscaba hackear al psiquiatra y sobrepasarlo, la lectura de lo que relata Eloy me lleva a un callejón enmarañado, lugar en el que no solo angustia el futuro, objetivación predictiva, sino el mismo flujo ansioso, la roca dura de la repetición: los brotes negros.

Black-Eyed, como diría Brian Molko.

¿Cómo abordar esta maldición? ¿Cómo tornar en algo positivo este mal de ojo? El ojo del mal, las flores del mal, Malachi con una misión desconocida y oscura, meteorito cotidiano de la salud mental. Me levanté varias veces sin saber qué hacer. Ir al analista me permitió hacerle una sutil hemorragia a lo que el síntoma acusó. Palos de ciego hambriento. ¿Qué hacer con este absurdo? El duelo que pasé también fue enmarañado. Supuse esquizofrenia o bipolaridad a cambios repentinos de humor, hipertrofia afectiva inmediata y la casquería ya mencionada. Un testigo familiar sabe los detalles. ¿Qué hacer cuando no hay ganas de hacer nada? Reina el aburrimiento y el temor a un acto final ronda la cabeza preventivamente. No hay gravedad fuera del ego. Los cuchillos pincelan sobre la carne los rastros de un pulso que se difumina en los labios succionadores de un Otro que opera macizo. Esfera oscura azabache de un rumor sinuoso. Nada de misterio. Crudos días de encefalograma plano. Sin misión, sin lazo social, sin sin.

Desbordar hacia adentro en lugar de hacia afuera. Un desequilibrio imperceptible demanda amor. Lo siento, no tengo suelto. No llevo nada encima.

La relevancia que está tomando la salud mental y por ende la demanda por la mejora de los servicios sociales y de los dispositivos de actuación contra el suicidio no es la punta del iceberg, es la colisión misma. La sensación que me dejó leer a Eloy es la de una necesidad inmediata, urgente, sobre esta materia. No hay explícitamente una crítica a la precarización del trabajo al cual él se vio evocado (cobrando lo misma, sumando responsabilidades; pagando lo mismo, delegando más carga laboral), no dejó la impresión de ser ese el tema. Tampoco hay un estudio profundo de las injustas derivas a las que nos está llevando la antropofagia capitalística. Al contrario, pareciera que, al leer estas páginas, asumiendo que no hay otra opción a la hiperproducción, a la precarización, a la hiperconectividad, al presente aceleracionismo económico, etc., solo nos resta aguantar. De ahí los tips finales que, no sin cierta ironía, nos proponen una dirección hacia la resiliencia, un pragmatismo indefinido pero requerido. Nada de grandes elucubraciones. Nadie va a ponerse a estudiar psicoanálisis y menos querer entenderlo cuando te estás derrumbando. Ya sabíamos que había trabajos de mierda antes de que Graeber compusiera tan bello libro, pero ello facilitó su visibilidad mundial y el reforzamiento de un oleaje significativo de referencias e invocaciones.

¿Qué hacer en los picos de la ansiedad? ¿Qué hacer cuando la maquinaria sadomática introyectada no escucha la palabra clave del masoquista? Matar los ideales presentes. Renunciar. Parar. Exilio, egreso. Chalecos de fuerza química si quieren y se ven en situación crítica. Fintas poéticas en plena sesión clínica para desvelar diálogos ocultos a la luz del día. Terapéuticas cotidianas ancladas a la oscilación de los sucesos diarios. La inclusión de la sorpresa del sí-mismo. ¿Cómo llegar ahí? ¿Por dónde buscar la salida de emergencia? ¿Cómo desbloquear el diálogo oculto que está funcionando a plena luz? ¿Cómo saber lo que se hace?

La maestría de Eloy en este libro se halla en el coraje por manifestar una dimensión que nos queda oculta a los que le fanboyeamos desde las sombras. Exento de morbo, se atinan las dianas de una vida irrepetible. Pagana invocación de brotes negros en la jungla de cemento. Perder la cabeza para sentir los pies.

La paz que recibí cuando me firmó la copia de su libro provenía de una arquitectura metafísica budista, y aunque tal vez daría positivo con una muestra de orina, quedó patente su tranquilidad, la serenidad de su escucha ante mis hiperbólicas y nerviosas habladurías en un catalán que no suelo usar.

Mientras casetas a nuestra izquierda volaban por los aires por la lluvia, el granizo y el viento, refugiados bajo un pequeño paraguas que saqué de la nada ante su ofrecimiento, me quedé en silencio ante su parsimoniosa dedicatoria. Temblé. Miré a mi amiga. No pude reflejar más que exaltación. Su atención a mis palabras se depositó sobre su caligrafía. Cualquier cosa para decir: sí tío, me siento raro, debe de ser la admiración.

Cerrada la cubierta, agradecí rápidamente. La lluvia apretaba y hasta que no nos refugiamos no pude leer lo que tan pausadamente dejó con cariño.

Contra las figuras hegemónicas hiperproductivas, contra los tiranos que siguen habitando las grandes narrativas de las que Lyotard no habló, contra el individualismo del liberalismo existencial, contra los prejuicios de la anti-psiquiatría, contra la precariedad de los sectores de la producción cultural, contra aquellos fantasmas impropios que emergen en las horas bajas, contra las huellas biográficas contorneadas millares de veces, contra-aceleracionismos, contra la hiperteorización de la vida cotidiana: optimismo como la última articulación proyectiva de un pesimismo pragmático particular.

¿Y si, como confiesa Eloy diciendo que “quizá sea mejor ser un inútil” (Fernández Porta, 2022: 36) ante las exigencias y miserias de la industria del Saber y las Artes? ¿Y si la constatación de Fisher de “Ser bueno para nada” sea un objetivo insurrecto al estilo Bartleby? Pero, resta la pregunta, ¿si esto no, entonces qué? Tal vez no hay destino, no haya objeto, sino un transitar distinto. El resultado de esa forma de libertad que consiste en perder todas las facultades es el extremo opuesto de la maquinaria productiva. Si la mínima productivus se erradica, la fuerza de trabajo material e inmaterial no tiene la sustancia del movimiento, pero seguimos dando likes, retwiteamos, queremos visibilidad de nuestra producción que hacemos con amor y cariño para quienes nos leen, nos ven, nos prestan sus sentidos, su ignorante expectativa para estimular utopías, reconocer las violencias introyectadas de nuestras ansiedades, reconocerse parte de grupos sociales y por ende caja de resonancia de una patología comunal (Fernández Porta, 2022: 62). Pero es distinto el humor, incluso la crítica. No hay una Causa. Como dirá, “bendita patología si puede librarnos [de ella]” (Fernández Porta, 2022: 69). Hay millones de voces que andan rondando la ciudad, haciendo lo que pueden con lo que hicieron de ellos. Miles de polimórficas causas cargadas de potencia desbordante dándose plataformas que se desvanecen al cabo de unos días, dando paso a otras nuevas asociaciones, amistades afines, colaboraciones, redes de cuidados, etc.

Pero seguimos sin ingresos, sin trabajo, volviendo a rastras como Homer a la central nuclear por trabajos de mierda, años de investigación y producción cultural, docencia marginal e institucional cuyo reconocimiento solo aprecian los amigos que preguntan “¿qué haces todavía ahí?”, al trastero de la irrelevancia curricular de la formación académica y la extensa lista de experiencia laboral por trabajos de obra y servicio. Y, mientras tanto, los hosteleros de la extensa Costa Brava se quejan por falta de personal o los caseteros de la Feria de Abril por no poder hacer la trampa.   

Se pregunta Porta si la solución para esta situación de olvido, carestía de reconocimiento, precariedad reiterada (si esta semana no se trabaja, no se come), no podría salvarse con la explotación simbólica de esta mina azul de la salud mental y sus dolencias, la potestas patiendi (Fernández Porta, 2022: 128). Respondiendo dicotómicamente dirá que “en la lógica neoliberal, la precariedad es un lamentable accidente que puede ser superado con un ejercicio de voluntarismo; en la anticapitalista, es una condición moral, pues en los espacios contraculturales, donde el dinero escasea, pedir condiciones dignas de trabajo es de malos militantes” (Fernández Porta, 2022: 75). La situación está jodida. Las limitadas salidas ideológicas reforzadas por la cultura de masas hegemónicas hacen atractivas las ideas de la autoexplotación y la cerrazón acrítica de la crítica. ¿Qué hacer cuando uno está cansado de hacer? Ya no hay ganas de ver cuánto puede un cuerpo. Lo online succiona la gravedad de la presencia y la posibilidad de la comunidad, de la amistad, se restringe a un ensueño desnudo que no se da por el estado permanente de crisis:

Amorosamente, con sensibilidad y cariño, los autónomos nos exprimimos, los unos a los otros, hasta la última gota. Te propongo una participación puntual en una newsletter a cambio de cincuenta euros brutos. Quince mil caracteres por cuarenta euros brutos. Levántate un sábado a las seis, haz un iaje en tren de tres horas, participa en el gran coloquio de una organización reformista y toma el cmaino de vuelta esa misma tarde sin haber ganado un euro. Te pago la reseña de un cómic a diez euros brutos (no te olvides de enviar la factura, que nos conocemos). Nos conocemos. Nos apoyamos. Nos hundimos. Juntos. Las manos entrelazadas (Fernández Porta, 2022: 85).

¿Qué hacer cuando tienes a tanta gente hiperproduciendo (e hiperproducida) a tu alrededor? ¿Seguir esa estela y asumir la responsabilidad de las consecuencias de un posible derramage psíquico o resignarte a una inactividad culposa por no seguirles? ¿Cómo hacer para generar lazos que nos ayuden a formar una cooperación efectiva con la que hacer frente a una precarización cada vez más atenuante de las facultades psíquicas? ¿Devenir meteorito? ¿Arrolladora naturaleza patológica que colapse las redes sociales como los saboteos con posts de bandas de K-pop? Vuestras peleítas me están matando. Los brotes negros siguen estando presentes tras cada currículum presentado. La doble capa de disciplina y alta libidinosidad, LinkedIn y Tinder (Fernández Porta, 2022: 102-103), hace casi imposible pensar en, por ejemplo, una contra-capa que reconozca las dolencias psíquicas, ese cuerpo doliente marginado que también se está contratando. Ese sistema que “solo sirve para los superdotados” (Fernández Porta, 2022: 115), esas figuras ideales, solo crea “multitudes de tullidos afectivos, negados rencorosos, desechados, donnadies” (Ibid.). ¿Cómo contrarrestar esto? ¿Cómo trascender el adefesio psíquico resultante de una razón pedagógica (Fernández Porta, 2022: 116)?

Los tips que mencioné más arriba, conforman un decálogo final de primeros auxilios ante situaciones de desborde. Una coterapéutica del lazo, resonancias de cuidados, anotaciones sobre la ternura, el recogimiento y el acompañamiento. Tal vez esta sea una dirección por la que comenzar, el principio de una mecha que podemos ir apagando poco a poco para articular nuevas demandas en saberes prácticos para algo distinto a lo que ofrecen las metrópolis y la cibernética actual. Poder tener, a fin de cuentas, alguien con quien hablar y ser escuchado cuando ya no hay nadie.


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[1] “Es la consecuencia necesaria de la lógica de la explotación de las capacidades mentales que rige el sistema productivo: piensa más, razona mejor, danos zumos de cerebro, néctar de idea, aprende a pensar con el lado izquierdo del cerebro, think outside the box, sé un hombre idea, un cerebro hipertrofiado, aumenta tus capacidades cognitivas, conéctate a la mente global -a falta de mente propia, haz tuyas las locuras ajenas-, sé el Cerebro de Charles Xavier, sé John McAfee, el antivirus y el ahorcado, usa el mindfulness para domar tus ideas, el brainstorming para excitarlas y la deadline para rematarlas: colapsa, revienta con ellas, cae redondo. Disfrútalo. Es solo sexo” (Fernández Porta, 2022: 34).

[2] Cfr. Fernández Porta, 2022: 38.