Gerardo Ávalos Tenorio - Hegel actual[1] por Jesús Negro

Fue el ilustre filósofo de la ciencia Mario Bunge, fallecido este mismo año de 2020, el del 250 aniversario del nacimiento de Georg Wilhelm Hegel, quien calificó el programa del filósofo de Stuttgart como «charlatanería académica», locución con la que pretendía demarcar una «mezcla de sinsentidos, falsedades y perogrulladas enunciadas en lenguaje hermético y más o menos bombástico» cuya sede más importante estaría hoy en París.1 Desde luego, en esta era que habitamos, en la que hay que tener suma cautela con el ejercicio de hacer aseveraciones absolutas de verdad o falsedad sin admisión a matices — porque esa es una gran victoria de la epistemología, y, por muy pírrica que pueda parecer, cuánto peso nos quita de encima—, hay al menos una verdad absoluta que podemos afirmar sin miedo a equivocarnos, a saber, que entender a Hegel no es fácil. Ahora bien, que esto se deba al oscurantismo expresivo y a la sobreestilización confusa que sí caracteriza a ciertos autores franceses en los que se piensa de manera automática cuando sale a colación la etiqueta de «posmodernos» es harina de otro costal. Precisamente este prejuicio (el del oscurantismo), y también otros, trata de echar abajo Ávalos Tenorio en el trayecto que con él recorreremos para traer a Hegel a la actualidad, que no actualizar a Hegel, es decir, que no tratar de ofrecer una versión actual de Hegel, sino pensar la actualidad con el legado filosófico que dejó tras de sí; una tarea no poco ambiciosa que, justo a causa de lo complejo, de lo difícil del autor con el que tratamos, resulta titánica. Es por esa razón que ha de emprenderse, como así parece entenderlo el autor de este volumen y en consecuencia procede, con un plan bien establecido y una idea muy clara de adónde queremos ir y desde qué lugar. Es probable que un dictado semejante resulte tautológico, por cuanto se pueda pensar que cualquier proyecto serio parte por fuerza de esa misma condición. No obstante, también se presentan proyectos, proyectos asimismo titánicos, que admiten con mayor conveniencia el lujo de la exploración. Otros, como es el caso del presente, requieren que sepamos de antemano qué ruta vamos a seguir, que llevemos el archivo con el track en el teléfono móvil y no nos salgamos en ningún momento de la línea de color que aparecerá sobre el mapa cuando lo carguemos en la aplicación; a partir de ahí, eso sí, a ver qué nos encontramos.

Comienza Ávalos Tenorio, entonces, por establecer, en los «prolegómenos», la base de la que vamos a partir, puntualizando, que no se trata de actualizar a Hegel en el sentido que ya indicábamos unas líneas más arriba, aclarando también qué es y qué no es Hegel —aprovechando aquí para defenderlo de una serie de prejuicios habituales, los «mitos y leyendas», como sería la acusación de oscurantismo a la que también apuntábamos arriba— y brindando asimismo unas «claves del pensamiento de Hegel», todo ello sin duda constitutivo de un equipamiento indefectible para el viaje que vamos a emprender, en el transcurso del que desarrollaremos una serie de temas que enlazan al de Stuttgart con la actualidad desde el prisma de la política —pues el pensar la actualidad con Hegel que se pretende es pragmático, de interés social—. Tal ejercicio de reflexión implica, con Ávalos Tenorio, la crítica rotunda del modelo actual, en particular de las prácticas y planteamientos neoliberales.

Pasaremos por una revisión del examen a que sometiera a Hegel el hermeneuta Charles Taylor en su momento, de la que este no sale bien parado, por cuanto «se evidencia la limitada comprensión del monumental edificio que quiso destruir»; ahí es nada. Frente al filósofo canadiense, que entre otras cosas desechaba sin más la ontología de Hegel, Ávalos Tenorio salva mucho del alemán, pues, para él, en todo Hegel parece haber distintas pistas para problematizar el presente de un modo útil —«Hegel es un autor necesario y urgente […] vigente, relevante y trascendente para la política de nuestros días. No debe ser estudiado meramente como un capítulo de la historia, como una pieza de museo» (p. 113)—, si bien parece tener sobre todo un gran peso la idea del Estado como vector de la eticidad. En realidad, la sección o disección de Taylor nos sirve más como un enlace entre la base instituida antes y el inicio del auténtico ejercicio que se pretende acometer, pues el debate confrontativo con este autor nos servirá como mecanismo de exteriorización de la vigencia de Hegel, en una deriva graciosamente dialéctica.

En lo sucesivo, a lo largo de distintos apartados, se nos propondrá una fenomenología hegeliana de lo político, con lo que, entre otras cosas, se trata de rescatar al filósofo del espíritu de auto legitimación con el que la derecha neoliberal se lo apropió (léase Fukuyama, entre otros autores de think tank que caracterizaron esta tendencia y la filosofía neocon en general) «para construir su propia identidad», algo que hace aún más valiente y ardua la tentativa de recuperación de Hegel desde la izquierda precisamente con el destaque de su teoría del Estado.

También se insistirá, en una serie de apartados específicos, en temas y asuntos que ya encontramos entreverados en toda la extensión del volumen, como la «vigencia política» de Hegel, la actualidad de su concepción del Estado y el modo en que la filosofía hegeliana puede darnos las claves para enfrentarnos al liberalismo imperante, muy lejos del autoritarismo o del conservadurismo de los que se suele acusar a la concepción del mundo y de la historia por él vertida.

En lo que respecta en particular a la cuestión del Estado, su interés primordial, su función justificadora, descansaría en el carácter que reviste, ya definido más arriba, de vector de la eticidad; si lo entendí bien, esta función se describiría de tal forma que las subjetividades de cada individuo, en lo que respecta a la ética, se resolverían en una intersubjetividad mediada por el Estado como agente de arbitraje y sublimación éticas.

Quizá la sección en la que se dedica la relación entre religión y Estado resulte la menos sugerente, por cuanto la posibilidad de la fe en una estructura social, política y económica dada, si nos salimos de la teorización abstracta, no constituye exactamente un problema no resuelto en la actualidad, desde luego no en muchos de los espacios nacionales a cuya ciudadanía se entiende que va dirigido este libro, sino que la auténtica complicación a la que hay que apuntar es institucional y tiene que ver con el poder. Es posible que no haya comprendido los contenidos del capítulo de manera conveniente y se me hayan escapado los detalles clave, pero cabe preguntarse también si es relevante en este asunto la perspectiva hegeliana, si se trata de una posición de abordaje privilegiada con respecto a otras que pueda haber sobre la mesa. El apartado deja testimonio, no obstante, de que Hegel puede hablarle al presente sobre muchas de las cuestiones que pueden tener que ver con él, aunque no quedo convencido de que el desarrollo aporte demasiado desde la funcionalidad que se pretende.

También se atreve Ávalos Tenorio a abordar la posibilidad y conveniencia históricas de los procesos políticos revolucionarios. No son pocos los filósofos o analistas en general (y en genérico) que nos ofrecen una crítica despiadada del presente —por lo general, fusilada a autores lo suficientemente conocidos* como para tener que mencionarlos otra vez aquí—, para después eludir sin más la cuestión revolucionaria que inevitablemente un análisis así pone sobre la mesa, junto a la cláusula en letra bien grande de la obligación de encararla. Otros proponen cosas como que nos retiremos a una huerta como contrapropuesta viable a los posibles desmanes de la revolución, y además venden muchos libros. Ávalos Tenorio, sin embargo, se hace cargo de este testigo y se hace cargo de esta responsabilidad, para que pensemos también la revolución con Hegel, con la conclusión a modo general de que, en cualquier caso, ni la filosofía ni la visión personal del filósofo alemán implican en modo alguno una cancelación del motor revolucionario, al contrario de lo que puedan insinuar las interpretaciones más conservadoras, las que proclaman con alegría el fin de la historia (y, por lo tanto, el fin del relato legítimo de las revoluciones). Conviene no olvidar de ningún modo, por otra parte, que «el razonamiento dialéctico puede llevar a conclusiones que el propio Hegel ni siquiera imaginó» (p. 84).

Tampoco hay que forzar los sentidos en contrario. Hegel es un autor de contradicciones —si es que, por otra parte, hay algún autor serio que no lo sea, que no sea humano antes que siervo de una idea única, que no sea, ante todo, un problematizador, un problematizador contradictorio e inevitablemente un problematizador contradictorio de sí mismo, es decir, un problema de sí mismo—, un filósofo burgués que no acaba de estar conforme con todas las aristas que proyecta el liberalismo, que trata de enlazar las distintas corrientes de pensamiento que están en el eje de su época sin que ninguna de ellas le satisfaga de por sí. Así, «las contradicciones generadas por la reproducción material de la vida frente a los principios que estructuran el mundo moderno son las que hacen de Hegel un autor indispensable para comprender la vida política actual, con sus luces y sus sombras, sus innegables rasgos de civilización y sus concomitantes desastres humanitarios. Y es que Hegel fijó la mira en la contradicción constitutiva del mundo. Por eso, sigue siendo necesario».

En última instancia, el presente volumen sí supone, de hecho, una reactualización de Hegel y no solo un cavilar con él, por cuanto en el camino se van saldando las cuentas con una serie de manipulaciones e interpretaciones no pocas veces interesadas que han acabado siendo canónicas —estudiadas y enseñadas como si se tratase de elucidaciones certeras sobre lo que Hegel de hecho decía—, se sustrae a Hegel, como si dijéramos, del cascarón de la codificación oficiosa cincelada en el canon. Tampoco tiene poco mérito, de otra mano, la mera propuesta de una lectura política de Hegel para la actualidad hecha desde la izquierda, pero sin pasar por el tamiz marxista.

Queda claro que Ávalos Tenorio siente devoción por Hegel, lo cual nos podría hacer pensar que sus argumentos sobre la pertinencia de recuperarlo ahora puedan venir sesgados; no obstante, si eso nos va a servir para encontrar alguna o, si el trayecto resultó de particular fructuoso, mucha utilidad en el pensar de Hegel ante las dificultades a que nos enfrentamos en el tiempo que vivimos hoy, el supuesto carácter tendencioso de Ávalos Tenorio ya habrá resultado mucho más fecundo que la enmienda a la totalidad labrada por el cascarrabias de Popper.

No quiero dejar de mencionar, por otra parte, que en vista de la profusión de autores mencionados en la obra por el recurso que hacen, ya sea amistoso o combativo, ocasional o penetrante, a Hegel, entre los que contamos a Schelling, Feuerbach, Marx, Kierkegaard, Heidegger, Levinas, Lacan, Zizek, etc., sorprende que no se aluda, siquiera de pasada, como mera pista al lector, a Lukàcs, edificador de una arquitectura hegeliana que aún apabulla hoy. Tampoco habría estado de más, en la misma línea de un hegelianismo politizado y de izquierdas obviado por Ávalos Tenorio, alguna mención a Debord* y compañía.

Sea como sea y por todo lo dicho, se trata de un libro de obligada lectura, claro está, para los aficionados a Hegel, así como para cualquiera que tenga interés en un abordaje filosófico de los temas que aquí se desgranan. Puede constituir, asimismo, una puerta de entrada idónea al edificio hegeliano, teniendo en cuenta, ya está dicho, que con Hegel no hay fórmulas mágicas ni anestesias que valgan.

Si alguien se ha tomado el trabajo colosal que implica la preparación y la escritura de un volumen como este, sin duda que merece ser leído y comentado.



[1] Ávalos Tenorio, Gerardo (2020) Hegel actual. Ed. Gedisa.