Sergei Loznitsa - Historia Natural de la Destrucción (2022) por Noé Venegas
Como si se destruyese el Universo: atacan de noche cuando la gente duerme. La oscuridad es una treta. Morir soñando. Escucha el silencio armónico de la ciudad antes de las bombas. En los pueblos tocan canciones de Bach; los barcos incendiados por la barbarie arden sin que nadie se inmute. Las llamas llegan navegando. Todo arde. El agua suena bajo los pies. Los paisajes urbanos parecen películas de Tarkovski. Cine ruso. Los cristales crepitan, las farmacias vomitan el humo negro de la barbarie, las señoras pasan con los rostros envueltos en máscaras. Se avergüenzan de haber sobrevivido, de ser los primeros que conocerán las cenizas. Al lado, los asesinos apagan su propio delito. Bajo las piedras, el humo habla de lo acontecido mientras los soldados hacen el paripé. Se acabó el cine, se acabó el teatro, se acabó la música: el pacto social se ha violado de la manera más vil y por eso las ventanas son los ojos vaciados de los hoteles de la conciencia. Los muertos en el suelo son marionetas inhumanas imaginando tragedias: ni siquiera parecen muertos, sino gente dormida, asesinada en medio de un sueño. La chatarra y la carne humana se confunden mientras la ciencia se tapa los oídos y sigue construyendo las herramientas del progreso de la destrucción, ¿quién es el culpable de esta brutal y definitiva devastación?
Nunca el trabajo había sido tan maldito. Todos los trabajadores responsables de la muerte -a ambos lados del océano-, del oficio de la muerte, del arte de la muerte, del interés por la muerte. Sepultureros trabajando en silencio ante el gran cinismo del futuro. Los retratos satánicos escuchan en silencio un concierto fúnebre bajo la esvástica de su sentimiento de culpa eterna. Lo heredarán sus hijos y los hijos de sus hijos. Los niños de la muerte fabrican aviones de horror que vuelan por encima del paisaje del terror. Los norteamericanos colocan cámaras de cine en sus aviones para registrar su victoria anticipada, el primer paso de su historia filmada. El guión está escrito. El nuevo Imperio de la muerte acaba de llegar. Los rostros creen estar en un film, en una ficción, ¿para qué construir la violencia? Hélices, cúpulas, cabinas, alas; todo es gigante y colosal cuando se trata del exterminio.
Algo inmenso que aniquila, ¿para qué filmar todo esto? La ficción haciéndose realidad sin palabras, acompañada del simple pulular de los vivos, sin lenguaje, sólo realidad funcionando como una máquina que se parece a la propia naturaleza. Aún se vive un mundo en ciernes, sin leyes estúpidas donde el ser no tiene miedo y viaja sobre los coches, empuja aviones asesinos, sonríe a la cámara antes de morir. Escribe la historia antes de morir. Todo es muerte en un tiempo decidido a finalizarse de lleno, ¿qué esperan ganar en la guerra? ¿qué creen que significa la palabra guerra?
Una pandilla de tronados cargando misiles, gente sin infancia actuando por inercia, con exactitud, en una ausencia casi total de la presencia femenina, ¿dónde están las mujeres, dónde las han metido? La raza sin culpa se esconde en el cajón para el siguiente capítulo. Cananas como culebras, aviones como tiburones blancos. El orden clínico se hace la clave de la destrucción. La organización militar como vía hacia la extinción de lo humano. En medio de dicho satanismo aparece Churchill hablando sin hablar, cerrando los ojos como si estuviera drogado. Muerto. Vencido. Un zombi. La música dramática aporta la narración, la situación ficcional de una situación histórica. La Historia se crea. El relato se filma. W. G. Sebald escribe el hilo de lo que ves. Vemos la muerte cayendo desde el cielo envuelta en un silencio cinematográfico; antes del Infierno, nadie sabe nada del Infierno, ¿es verdad lo que vemos o tan solo verosímil? El mundo siendo víctima de la locura, de la ambición, de la ficción. Aparecen nubes negras en el aire como monstruos, como fantasmas; el mundo se convierte en un videojuego. Todo muestra su mentira. Las ciudades parecen maquetas. El fuego no duerme. Aparece una estética de la destrucción digna de la perversión contemporánea. Ver arder el mundo como un nuevo placer, contemplar la ruina como un objeto. Todo se convierte en acontecimiento: salvar un piano, caminar como hormigas, excavar entre el polvo, pasear los carritos de la locura, hacer una película, ¿es esto lo que queríais oír?
Cuidado con lo que deseas.
Goering aparece para mentir y nadie se percata. Él ya es la gran mentira. Es humo. Se acabó su teatro; le han tirado abajo el escenario. El cartón piedra es el protagonista. Lo cutre se acerca. A pesar de ello, el cine se revela como algo eminentemente poético; no sabe de moral, de humanidad, de ruina. Sólo ve y reproduce la belleza. Pasa por salones enteros llenos de niños muertos, colocados por orden para ser identificados por nadie, muertos como si echasen una siesta, como extras derrotados. Fuera, los soldados plantan árboles para disimular el suicidio colectivo; el ecologismo como una nueva dictadura con pies de barro. El alma de la gente parece esfumarse en un halo de luz. El cine lo capta. Se anuncia el mundo de las apariencias; la destrucción hace volver a la infancia, a la invención desatada, a llenar el tiempo perdido, a construir mundos... pero el avión sirve para matar y también para filmar la matanza; el ser alado es, a la vez, el asesino y el testigo. El espectador, heredero de ese mundo, contempla atónito las formas de su inconfesable interior.
Noé Venegas