« ¿Hasta qué punto hemos llegado?» o Sobre la oscuridad política y sus simulacros
Hace pocos meses Ferranz bailaba al ritmo de « Perra» de Rigoberta Bandini. Hoy, se nos muestra el nuevo lugar de encuentro donde la derecha puede campar libremente (no sin sus simulaciones continuas de enfrentamientos con la policía). En las aceras de Ferraz no se condena el acuerdo llegado entre el PSOE y los partidos independentistas, se condena que hasta bajo las reglas de su juego son incapaces de vencer. No nos son desconocidos los límites de la democracia liberal y, de hecho, se llevan siglos presentando dichos límites y enfrentándonos, lo que parece volver a tomar viejas formas es la vehemencia bajo la cual todo puede cambiar si ellos lo deciden.
¿Hasta qué punto hemos llegado? Por las vetas abiertas que abre el significante ‘amnistía’ y su anuncio por todos los medios de comunicación y redes sociales se producen tales efectos de significado que invocan espectros como la república, la caída de la nación ante el separatismo, el perdón de un magnificado ataque simbólico y minimizada aplicación de la excepcional 155, “la reconquista” con una quijotesca manifestación nocturna de las diferentes degradaciones de un exaltado y retrógrado origen mítico español, no sin la inevitable comicidad posterior dada la disincronía de las figuras allí presentes (y en canales ‘privados’ de Telegram como leyó Facu Díaz) y un largo etcétera.
(Aún) ¿Hasta qué punto hemos llegado? Las experimentaciones de Don DeLillo, Max Apple, Michael Martone, Mark Leyner, entre otras y otros escritores en la segunda mitad del siglo XX con la elevación y dislocamiento de todo lo perceptible en la televisión, en la vida cotidiana, en los estudios literarios y mitológicos (usualmente tildados de posmodernos y en algunos casos de pos-posmodernos) no dejan de experimentar el absurdo al que hemos llegado en la vida. El simulacro oscurantista de una España profundamente franquista queda expuesto con las manifestaciones que hemos visto hace poco. Es tal el cacao (endulzado para que lo amargo no se sienta) que bien podría pasar por una novela de los autores anteriormente mencionados con solo dedicarnos a escuchar qué defienden y qué les motiva a salir a la calle. Una simple organización de las piezas esputadas por los medios de comunicación y la aplicación de la lógica heredada y compartida por los círculos de amistades y familiares es suficiente para formar las pancartas/representaciones que apelan a un trascendentalismo ahora en vías de declive.
Las corazas espectrales con las que se pretende conservar la espiritualidad de una nación, grande y libre, portan con cada una de sus apariciones la necesaria transferencia sombría de una visión cercenada que se sorprende ante las cargas policiales, el picor de los ojos por el gas lacrimógeno, el desvelamiento de afiliaciones neonazi de familiares, el abandono de los convocantes a la hora de comer, el reconocimiento de que “no son tantos” (de multitud imaginaria a muchedumbre reaccionaria), la traición del estado representada por la contra policial y balbuceantes medios de comunicación, etc. Una hilera de muñecas hinchables nos muestran dos cosas: la primera que lo femenino sigue molestando en las entrañas del capital. La segunda, que el sexo no puede desaparecer de la contienda politica. Todo encuentro es un campo de batalla.
¿Hemos llegado a algún punto? A parte de los memes irrisorios que nos dejaron las manifestaciones, conviene alejarse un poco de este exabrupto sumamente atractivo para la chanza y el chascarrillo fácil, y centrarnos en lo que «está pasando», al menos desde lo asible en nuestro día a día. Lo que vemos son muestras, nuevamente, de una sobreabundancia de situaciones espectaculares. Presenciamos en remoto la exhibición por las calles de Madrid, Berlín, Bruselas, Barcelona, etc., referencias al nazismo, al franquismo, al nacionalismo cutre y demás trincheras donde la ficción prolifera con cada anuncio parlamentario retransmitido (ya sea por la amnistía, por el posicionamiento ante el conflicto con los sionistas desencadenados, etc.). Hay un “conjunto vacío” que es común a todos, un ∅ que se inaugura a partir de un sentimiento que reúne no solo a este aliento desesperado por “recuperar”, “reconquistar”, “salvar” cualquier cosa (España, la nación, las costumbres, los privilegios [clase, sexo, religión, jurídicos, etc.], sino conservar los elementos con los cuales justificar la aniquilación de toda vida, de toda diferencia por mucho que se repita y amenace su Vida©. Este sentimiento es uno que se replica por doquier y que algunos y algunas captamos su aparición al estar atentos a lo que se dice. El punto al que hemos llegado sigue siendo, a pesar de todo, el mismo de siempre: la ceguera y la oposición trascendental.
¡Cómo les jode no ser Milei! Pero no caigamos en la trampa, no nos hagamos sordos e incondicionales. No nos sumemos a los ecos de cambio, a la reacción que se levanta en la extrema derecha. Nuestra lucha trasciende su espacio, también el del gobierno. Nuestra lucha es contra la expresión del Estado, en sus límites. Que pacten o no, nos da igual. Pedro Sanchez ha simulado una dura negociación tras meses de cocción. La amnistía se aprobó en el mismo momento en el que los números daban. Les jode no ser Milei, pero pueden serlo.
¿Sánchez es Macron? Yolanda sigue los cantos de los verdes alemanes y ninguno de ellos parece recordar al total de gente que ni llena la puerta del Sol, Ferranz o la glorieta de Colón, ni aplauden a cada palabra que nos dicen desde el gobierno. Yolanda se eleva sobre los cadáveres de Ione e Irene y sobre ella aún lo hace más el orden de la cosas. La totalidad de la continuidad, lo importante de que siga todo igual. Meloni seguirá siendo bien recibida cuando todo pase. Enmarcamos la ceguera como condición fundamental para toda coagulación del pensamiento que necesariamente se tome como portador de la verdad. El enquistamiento imaginario y simbólico produce la figura que Kierkegaard señaló como héroe trágico, como aquel favorito a quien el Otro guiña el ojo al ser una excepcionalidad dentro de la generalidad. Tenemos los “Llados”, los estoicismos-coach, los batiburrillos mediáticos, los conspiranoicos reactivos, la ilustración woke, los restos buenistas del pensamiento a la contra, los republicanos adventistas, los progresistas de verdad y de mentira, los feminismos de verdad y de mentira, etc. La fuerza que impone la oposición transcendental remarca una y otra vez la necesidad de los opuestos obligando a la diferencia, ante este juego de reducción y derivación, a un ente extraño, residual incluso. Pero, y perdonen la grosería, ¿no es gracias a esto que podemos hacer lo que hacemos en la cama? ¿No es a raíz de obviar ciertas cosas nocivas que podemos disfrutar del sexo en sus múltiples exploraciones?
Creemos que el problema no reside en la oposición trascendental sino justamente en la ceguera. Para no quedarnos atorados en una posmodernidad nihilizante y anuladora, cuyas tintas están cargadas del mismo odio reactivo ante el peso de circunstancias abusivas, violentas e injustas, pensemos en lo que hemos dejado en los márgenes: el uso de las ficciones identitarias diarias. El factum y el fictum solo se evidencian tras la caída del orgasmo o el desgaste de la pulsión objetivada. Solo con la aparición del resto se puede reconocer la pantomima del saludo nazi, del grito infernal de señoras mayores, de la repetición (a veces atorada) de lo escuchado en informativos de televisión, del lagrimeo y cojera de los desvalidos por “putodefenderespania”, etc. Lo que vemos en la huella, en esos restos que lo tornan “cartón-piedra”, son los susurros de ese miedo ante la pérdida que se coagula en la oposición trascendental. Ese miedo que proviene de otro lugar que no del que vemos en las calles. Aquel lugar está más próximo al gesto burgués de pirarse a cenar cuando vienen las hostias. Una conservación de la integridad identitaria que siguiendo la misma dinámica fascista de siempre contrata a lacayos o forma sencillos clubs donde la promesa de ascensión jerárquica pasa por el cumplimiento de ciertas “tareas” o “misiones” con tal de, algún día, aumentar su notoriedad y caudal económico.
“Quiero tener para conservar” dijo el que no es y nunca fue suyo. El monopolio de la violencia en toda situación, el capital (monetario, simbólico, imaginario, social, etc.) para operar en políticas económicas, controlar los focos del espectáculo, etc. La ley de amnistía, la ley “solo sí es sí”, el “falso feminismo” invocado por Rubiales, etc., no solo saca a relucir a aquellos que quieren conservar y quieren tener, sino que al mismo tiempo ofusca la aparición de aquellos que tienen y conservan. Hay una filtración de deseo que hace acopio de lo que ese Otro espera de ellos: símbolos propios de turistas del capitalismo global por España que no de gente que vive aquí.
¿Qué puntos creamos? Mientras se conserven las gafas de sol ante el constante y seductivo washing de la “última hora” de los informativos, hagamos lo posible por estar aquí y poner nombre al dolor que aquejan nuestros cuerpos ante estas estructuras de poder. ¿Dónde resta nuestra fuerza sino en el encuentro diario con el deber ser que hemos integrado? ¿Dónde estamos si tomamos por hábitos el asumir un constante expolio de nuestra vida?
Resistir para vencer se ha dicho muchas veces y con ello hemos abrazado la identidad del esfuerzo, del coraje. ¡Hay que olvidar la resistencia! Desconectemonos. Apagar el ruido, la televisión. La amnistía es la excusa y Al rojo vivo la expresión. El poder no es el poder. La política no es la política. Todas las formas son expresiones concretas de la nebulosa que nos gobierna. Sánchez la sonrisa, el orden, la condición.
Distancia suficiente con los diagramas trascendentales para poder disfrutar de lo erotizado y al mismo tiempo saber dónde está la salida de emergencia o, como se dice en informática, no olvidarnos de crear una backdoor para eludir las medidas de seguridad normales y acceder al sistema sin ser detectado, y si cabe, realizar algunas tareas de mantenimiento. Da la sensación de que a cada época que pasa la complejidad aumenta tanto que pareciera que descubrimos nuevas conexiones entre la cabeza y el cuerpo. La precisión se perfila cada vez más fina pero, como pasó con el estalinismo, el nazismo y ahora las democracias liberales y cibernético-capitalísticas, el cuerpo se escapa de la cabeza y funciona a otros ritmos, bajo otras complexiones. El problema de la cabeza es que no entiende la naturaleza acéfala del cuerpo. No entiende a qué se refiere Lacan cuando nos insta a pensar con los pies o ve a Artaud invocando el teatro de la crueldad. El 15M, los movimientos Occupy y sus consecuentes disgregaciones/diseminaciones hacen que pensar en una cabeza sea imposible.
Ante sus concentraciones y banderas, la asamblea. Ante sus «Viva España», nuestras manos. No hay «una grande y libre» sin minúsculos y limitados.
Editorial Metaxis, 23/11/2023