El 47, sobre la ficción de vivir y la vida digna


Cuando canta el gallo negro

Es que ya se acaba el día

Si cantara el gallo rojo

Otro gallo cantaría


Mucho se ha escrito sobre El 47, tanto en castellano como en catalán, ¿pero qué nos dice la película? ¿Qué calla? Sin duda, deja cosas importantes y, quizá, imperdonables, sin nombrar, pero aunque los silencios siempre son adrede, podemos pasar por encima de ellos y conseguir completar esos huecos con nuestras vivencias. Podemos perdernos en correcciones sociológicas e históricas sobre la película como ¿Son tod_s l_s catalan_s señorit_s de bien? ¿Contrarrevolucionarios? ¿Dónde están las mujeres? 


Últimamente no podemos evitar pensar en la idea de una vida ficcionada que nos gobierna a tod_s. ¿Tal vez un homenaje a Jameson? Quien sabe… Nosotr_s seguimos con los pies en el suelo. La importancia del autobús no está en Manolo, quien por momentos se presenta como una persona simple a la que han podido comprar al permitirle vivir allí, como la izquierda actual que piensa que la patronal (dentro y fuera de las instituciones) puede ser aliada de algo cuando negocian sobre la jornada laboral o la subida de salarios. Manolo no es un héroe ¿Quién lo es? Nos da igual la heroicidad cuando hablamos de nuestras vidas, del derecho a vivir en un barrio digno. Ya el fascismo se encarga de insuflar sujetos neoliberales heróicos lo suficientemente atractivos como para olvidar nuestras paupérrimas vidas.  


Llevamos tiempo viendo como Hollywood, el cine, invisibiliza la militancia comunista y romantiza el movimiento obrero para mercantilizarlo y hacernos consumirlo en masa a través de las plataformas (de la sala al salón), acaban con los cines de verano, con las pantallas compartidas por su miedo a la reunión. Aquí y allá, de clase a masa. Esto, no podemos negarlo, es síntoma y muestra de la sociedad del espectáculo en la que vivimos muy a nuestro pesar. Sin embargo, el romanticismo que hacen de nuestros modos de vida también muestran sus costuras, resquebraja su caparazón y nos dice que aunque intenten ficcionarlo todo, solo nosotr_s conocemos la vida. Cuando la PMC de pseudointelectuales y creativos se ven obligad_s a quitar, ocultar, erradicar de cualquier altavoz que el comunismo, feminismo y anarquismo del siglo pasado fue quien movió el mundo, solo muestran de qué lado están y quienes son los que financian sus juegos. 


Quienes hemos mamado el extrarradio sabemos de lo que se habla en la película, pero también quienes se ven día tras días recluidos al transporte público asfixiante que nos recuerda nuestro miserable origen mientras vamos a formarnos o trabajar para ellos. Somos l_s miserables l_s que conocemos la necesidad, quienes despojad_s de la dignidad podemos nombrarla, quienes sin techo bajo el que dormir tienen que organizarse contra las leyes. ¿No nos resuena esto último a nada? El 13 de octubre se ha convocado una manifestación por El derecho a la vivienda y, aunque en la película el doctor en economía urbana (Pascual Maragall) se muestre como un aliado, no nos engañemos, los economistas están más cerca de Daniel Lacalle o Gonzalo Bernardos. En la PMC pocos amigos podremos encontrar, deben demasiado a la burocracia y gestión del sistema colonial y racista que nos odia. ¿Cómo no van a hacerlo ell_s si son el sistema? Todo problema de insatisfacción, es un problema de gestión de recursos. Nunca ven el sistema, porque ellos son el sistema.


En torno al trabajo podemos encontrar muchos argumentos y ninguno de ellos necesariamente superior a otro. Sin caer en el obrerismo facilón que nos lleva a que nuestra dignidad es el trabajo, podemos evidenciar que la naturaleza del mismo nos quita y da herramientas. Parte de la incapacidad actual por articular un movimiento lo suficientemente fuerte para enfrentarse a la derecha se encuentra en que la izquierda aburguesada (que también ha recomendado y escrito sobre la película) o bien se dedica a crear nubes de datos e información o describe y gestiona dicha nube intangible e irreconocible. Con la caída del trabajo manual, con la digitalización de la economía, aparece un desplazamiento sobre el trabajo que nos impide conectar con muestros compañer_s, conectar con nuestro oficio. El 47 nos habla de la vitalidad y peligrosidad que se esconde en que un trabajador se adueñe y se relacione con su medio y producto del trabajo: “El 47 es mi autobús”. Trabajo y trabajador_ ni pueden, ni deben ser separados. Cuando acabemos con el trabajo, cuando consigamos su abolición, los trabajadores podrán al fin ser libres.


Los múltiples e infinitos mecanismos por los cuales nuestro sistema de conexiones y logística urbana se nos complejiza y requiere de máster y cursos de especialización para su comprensión, solo buscan inutilizar nuestro conocimiento del entorno donde siempre hemos estado. Taponar nuestra visión del campo, encerrar nuestra visión y recundizarla para explicarnos que todo lo que vemos no es real, una especie de gaslighting común sobre la clase social que conoce el nombre de sus vecin_s que no teme a los veranos en compañía de los suy_s.  Estos laberintos no son capaces de ocultar la sencillez con la que el corte de una catenaria, una tormenta o un_ conductor_ concienciad_ pueden hacer que todo  tiemble. Si Israel nos demuestra que sus gobiernos pueden determinar qué móvil/aparato electrónico puede estallar en cualquier momento con tan solo pulsar un botón desde un despacho, Tamayo nos enseña que se puede andar libremente sin miedo a ser reconocido si confías en l_s tuy_s. Su tecnología nos encauza, nuestros lazos nos liberan.


De Torre de Baró u Orcasitas podemos aprender mucho como de todos los barrios que siguen excluidos allí o aquí. Nunca podemos ni debemos olvidar que en Madrid se está sometiendo a toda la Cañada Real para permitir que los nuevos propietarios no tengan que relacionarse con ell_s. El desprecio, odio y asco que se siente por el pobre poco tiene que envidiar al racismo que cada vez más se deja ver por las instituciones tanto de España como de Europa (no es raro que casi siempre coincida en sus estadísticas los inmigrantes y la población en riesgo de exclusión social). De esto precisamente nos quiso hablar Kent Loach en El viejo roble (2023) cuando unifica el sufrimiento del refugiado con el del abandonado al margen del progreso y la ciudad. Dudaba Miquel Ramos hace poco a propósito de las elecciones alemanas sobre la derrota del nazismo. Europa, nuestra Europa, no puede evitar demostrarnos que los indeseables no pueden pasar. Y es que aquellos barrios que se levantaron con orgullo frente a la dictadura y lucharon por la dignidad ahora son abandonados (si alguna vez no lo han sido) y estigmatizados como zonas de conflicto. Señalan al inmigrante, pero también a la comunidad que lo acepta, la que se reconoce con ellos y si su racismo es cultural, es culpa de Springfield aceptar que se coman los gatos unos haitianos cualquiera. Inmigrantes, feministas y comunistas  son enemigos por igual del hombre-blanco (podríamos añadir también aquí cibernético) que requiere el futuro que nos espera. 


¿Qué es la cultura? ¿Qué ficción puede acallar los gritos, esconder la psicosis colectiva y relativizar la sangría a la que nos enfrentamos? En X hace poco se hizo viral un hilo donde se ponía en entredicho la importancia de los graffiti y es, nuevamente, en una película que habla de los marginados donde vemos que pintar la calle es no una forma de expresión más, es la expresión de quienes quieren hacerse ver frente a un Otro que no puede reconocerlos como iguales. Torre Baró es Barcelona / Queremos agua, luz y autobús ya. Pintar, solo se pinta, lo que se quiere es gritar. Las ciudades están llenas de letras, mensajes que nadie pone en duda, pero que si fuésemos honest_s son las que deberían ser fruto de nuestros interrogantes, despertar nuestro desprecio y, de algún modo, recordarnos que lo que siempre han querido es controlar el medio y el cómo de nuestro hacer. Mensajes, institucionales y corporativos, nos gobiernan y condicionan desde que salimos de casa (también en nuestras pantallas táctiles) hasta que volvemos a ellas, pero son las expresiones pintadas sobre las fachadas las que parecen ensuciar las calles en su intento de decirnos que no nos pertenecen. Hay más arte, más mensaje en un TQM Susana 10/02/2023 que en cualquier mensaje de la nueva serie de Netflix. Quieren coartar nuestra comunicación, privatizar nuestro lenguaje, pero siempre nos interpelan para ello, recordándonos la importancia de la palabra en cada intento de gobierno. 


Si nos asomamos a las ventanas, si ponemos la televisión, si leemos nuestras redes sociales en todos los lugares se ve que el problema de la vivienda es inasumible, se oyen los gritos de una población asfixiada por, entre muchas otras cosas, una clase parasitaria que sin ningún esfuerzo consigue extraer, cada vez más, nuestro dinero. La ley de mediados del siglo pasado permitía derribar chabolas de quienes en busca de trabajo y dignidad iban a los extrarradios de las ciudades, ahora la ley de la vivienda parece cuánto menos amparar a los propietarios. No se tratan de fallos en la construcción legislativa que gobierna occidente, es justamente su estrategia la que se deja ver. Nos odian, nos desprecian y cuando no saben cómo seguir regulando/controlando/dirigiendo nuestros modos de vida, nos expulsan. Contra el inmigrante, los muros, las vallas, los océanos… contra los locales, los precios, las viviendas, los salarios… 


¿Quién gobierna? ¿Quién gestiona? ¿Quién narra? Podemos creernos que las reuniones en los despachos del Ayuntamiento/Congreso velan por los intereses de los ciudadanos o que en la Democracia los políticos como parte de las profesiones liberales son otro lobby de colegas que, independientemente de su ideología (como hemos visto multitudes de veces), tienen una misma agenda en común. El espectáculo no es únicamente la retransmisión de nuestros problemas, gustos e intereses, no es únicamente el ejército de “funcionarios” de la demanda que solo nos incentivan al consumo día tras día, es también la mediación de nuestros deseos, el encauzamientos de nuestros anhelos, la burocratización de nuestras luchas. Allí se asfaltaron las calles, se llevó el agua, la luz después de andar sobre el fango, de construir bajo la Luna, de atravesar las leyes que les imponían. No es a través del parlamento (que ya hemos visto mirar una y otra vez hacia otro lado) donde se decidirá si Madrid, Barcelona, Mallorca… van a ser las ciudades que habitamos o las que ellos diseñan en las comisiones de urbanismo/economía/medioambiente. Ya lo decía el Consejo Nocturno, la metrópolis es una máquina de procesado de la vida proveniente del binomio Estado-Capital. Estructura megalómana ésta que no cesa de actualizarse, perfeccionarse y ampliarse. ¿No les huele rara que Maragall (Carlos Cuevas) in the flesh, hubiese ido a visitar el vecindario? Medalla aquí, sonrisa socialista acá… La urbe no ha dejado de ser un proyecto biopolítico que hace vivir y deja morir, no como su predecesor que hacía matar y dejaba vivir. 


Se encontraron en la arena

Los dos gallos frente a frente

El gallo negro era grande

Pero el rojo era valiente


El Ayuntamiento dice que el autobús no puede subir una cuesta, sin tan siquiera ir a mirar la cuesta, sin haberla pisado nunca. Del mismo modo aprueban La Operación Chamartín tras largos e indecibles debates quienes quieren acallar el descontento presentandonos su falsa amistad como una herramienta a utilizar. Sin embargo, sabedores de que el descontento siempre habla solo se trata de mejorar la circulación, de prohibir la calma… saben que no se trata de acallar el run run, tanto como de elegir la letra que la gente va a tararear. ¿Pueden los protagonistas de la historia aceptar la ficción? Aunque conozcamos los valles que deja la película en cuanto a Memoria histórica se refiere, ¿no es más curioso ver como Más Madrid la recomienda sabiendo que se obvia al PSUC y a CC OO? ¿No intentan en esa recomendación una transformación de lo narrado? ¿Una purga de lo ocurrido? ¿Un olvido de lo que se hizo? Cuando Más Madrid intenta apropiarse de El 47, lo que realmente está haciendo es demostrarnos que ya son parte del problema (¿Acaso no lo han sido desde el principio?, aunque jueguen a sorprenderse cuando JUNTs no acepta su Ley de la Vivienda).  


¿Cómo se cambia de color? ¿Cómo se acepta el con cabeza que reclama Manolo una y otra vez? ¿Hasta cuándo? Manolo parece estallar en una estado de enajenación y, por lo tanto, parece que no existe ninguna organización obrera tras el secuestro de los autobuses que ocurrieron en Cataluña, pero  ¿no hay en esa omisión una oportunidad? Cada poco tiempo aparecen noticias de policías infiltrados entre nosotr_s, pero son justamente esos silencios, esas infiltraciones las que nos dicen que no solo no conocen qué hacemos, sino tampoco el cómo lo hacemos. Sabemos que entre sus líneas se encuentran muchos de nuestros antiguos falsos camaradas, pero también que al haber perdido el instinto de supervivencia, al haberse  acomodado con sus migajas han olvidado la necesidad de la lucha. ¿Es la revolución un juego? ¿Son nuestros aliad_s jugador_s o revolucionari_s convencid_s? ¿No parece que hemos llenado todo de intelectuales que no dejan de meditar sobre la revolución sin intención alguna por realizarla? ¿Cuántos papers se transforman en barricadas?  


El 47 nos recuerda que una vivienda digna no se diseña en ningún estudio arquitectónico, se construye y se conquista junto a tu vecin_. Toda la película, fuese o no Manolo un héroe, nos habla de vivir donde queremos, no donde podamos. ¿Qué es un pueblo? Un conjunto de personas con una narrativa común, pero también un conjunto de casas en un lugar determinado. 

No somos sino el lugar donde vivimos, el motivo por el que seguir adelante. ¿Quién dice que ya no se secuestran autobuses? ¿Qué contratos son los que se cumplen? ¿Que la lucha es inutil? Han impuesto una moral, una forma de gobierno. 


Gallo negro, te lo advierto

No se rinde un gallo rojo

Más que cuando está ya muerto





Professional-Managerial Class. Este concepto propuesto por los sociólogos John y Barbara Ehrenreich refiere a aquella clase que no se define como burguesa pero tampoco proletaria sino que, proviniendo de posiciones de conocimientos avanzados y especializados, hacen de intermediarios entre sendas clases reproduciendo la ideología imperante desde el sector que ocupa (medicina, ciencia, filosofía, economía, etc.). La crítica marxista señala esta clase precisamente por administrar la opinión pública hacia cuestiones ajenas a la lucha de clases y la guerra civil que nos acompaña desde la fundación del capitalismo y su acumulación originaria. Como dirá Catherine Liu esta clase se ha dedicado a generar todo tipo de conocimientos propios de lo que podríamos considerar teoría crítica dentro de los estudios académicos y diseminarlos por la sociedad sin por ello desafiar las estructuras del poder capitalista. Una muestra de ello lo hallamos en la “acumulación de virtud” y su competición tanto dentro como fuera de los departamentos universitarios. Estas tensiones en el seno de la PMC, el culto al narcisismo curricular y un sin fin de desgranados propios de la subjetividad neoliberal no solo producen jerarquías de diferenciación dominante en las teorías que suelen defender (interseccionalidad, política identitaria, justicia social…) sino que promueven su institucionalización dialéctica perpetuando un desvío constante hacia un simulacro de causas manufacturadas con violencia, miedo y muerte (xenofobia, feminicidios, racismo, etc.). El PMC no cuestiona sus privilegios sino que los emplea como plataforma para mantenerlos desviando la atención a otras trincheras. No por ello la violencia ha de quedar invisibilizada sino ir más allá y reconocer que la misma no solo se ha de atacar a nivel superestructural sino infraestructural.